El error que aún me acompaña (y tal vez también a ti)
¿Cuántos errores has cometido en tu vida por no saber guardar silencio? Esa fue la pregunta, sencilla pero certera, que mi querida amiga Marta lanzó en uno de sus reels de Instagram. Desde que la escuché, esa frase se quedó dando vueltas en mi mente, como si hubiera tocado una tecla dormida. Empecé a repasar, casi sin buscarlo, todas esas veces en las que una decisión, una palabra, una omisión o una acción impulsiva dejaron una huella difícil de borrar. Y fue precisamente ese run run constante sobre los errores —grandes, pequeños, recientes o antiguos— lo que me llevó a pensar que merecía la pena escribir sobre este tema este mes. Porque, seamos sinceros, he tenido mi buena ración de tropiezos… y cuanto más lo pensaba, más claro veía que hablar de ellos podía ser interesante. No para justificarlos, ni para romantizarlos, sino para entender qué lugar ocupan en nuestras vidas. Porque, nos guste o no, los errores también nos van moldeando.
No lo digo desde un manual ni desde un podio de certezas. Lo digo porque me pasa. Porque más de una vez, en medio del día, sin previo aviso, me viene a la cabeza algún error del pasado. A veces es reciente, a veces es uno de esos antiguos que creías enterrados, y sin embargo vuelven, como fantasmas con buena memoria. A veces llegan en plena noche, como un ventilador viejo: zumbando suave, pero constante. No hacen ruido para asustarte, pero tampoco te dejan dormir del todo. Algunos susurran, otros gritan... Pero todos llegan a decir: “¿Te acuerdas de esto?”. Y cuando aparecen, no queda más remedio que mirarles de frente, respirar hondo y preguntarse: ¿Qué hago con esto ahora? ¿Lo cargo? ¿Lo aprendo? ¿Lo dejo ir?
Y luego están esos errores que uno comete sabiendo perfectamente que lo son. Los reincidentes. Esos que repetimos con una mezcla de consciencia e impulso, como si una parte de nosotros dijera: “Sé que no está bien, pero lo necesito ahora mismo”. En el momento alivian, distraen, reconfortan. Después, claro, dejan su huella. Algunos apenas un rasguño, otros una cicatriz. Y ahí está uno, como quien repite una receta que ya salió mal, esperando que esta vez el horno mágico de la vida obre milagros. Y ahí es cuando uno se pregunta, con algo de pudor y otra parte de resignación: ¿por qué lo hice otra vez?
El problema no es solo cometerlos, sino lo que queda después. Porque hay errores que no se borran con el tiempo. Se quedan. Se convierten en heridas, en distancias, en silencios difíciles de llenar. Y lo más duro no es reconocerlos, sino convivir con sus consecuencias. Con aquello que ya no se puede deshacer.
¿Y qué hacemos cuando, además, no aprendemos nada? Cuando metimos la pata, vimos lo que provocó… y, aun así, no hubo cambio. Eso duele más de lo que se suele decir. Duele saber que tropezaste y no te llevaste ninguna enseñanza a cambio. Que no hay moraleja, ni redención. Solo una caída más. Pero quizás eso también forma parte del proceso. No todos los errores traen lecciones en bandeja. Algunos solo te recuerdan que sigues siendo humano. Y, aunque no consuele de inmediato, ya es algo.
Y no olvidemos los errores pequeños, los cotidianos. Esos que parecen inofensivos, pero que con el tiempo se acumulan. Olvidar un cumpleaños, decir “estoy bien” cuando no lo estás, prometerte que esta vez mantendrás la calma… y acabar perdiéndola justo cuando más querías conservarla. Son fallos pequeños, sí, pero no por eso menos importantes. Porque también hablan de nuestras contradicciones, de nuestro esfuerzo por hacerlo mejor y de lo difícil que a veces resulta. Nos recuerdan que no somos perfectos. Solo personas intentando.
Entonces, ¿debemos arrepentirnos o aceptar?
Creo que el secreto está en no quedarse a vivir en el arrepentimiento. Pasar por él, sí. Sentarse un rato. Observar lo ocurrido. Pero después, continuar. Porque cuando la culpa se convierte en morada, ya no enseña: paraliza. Y nosotros no vinimos a esta vida para quedarnos inmóviles.
Aceptar no es justificar. No es decir “yo soy así y punto”. Aceptar es tener el valor de mirar de frente lo que hiciste, entender a quién afectaste —aunque solo haya sido a ti mismo— y decidir que la próxima vez lo harás de otra manera. Es crecer desde la conciencia, no desde la resignación.
Y mientras escribo esto, me sonrío a mí mismo. Porque no siempre lo vi así. De hecho, me ha llevado más de seis décadas entenderlo de verdad. No porque no lo supiera antes, sino porque aceptarlo de forma profunda —vivirlo, sentirlo— es otra historia. Una historia que sigo escribiendo cada día.
Ahora te pregunto a ti, que estás leyendo esto desde tu rincón del mundo:
¿Qué error te sigue visitando por las noches? ¿Cuál es ese momento que vuelves a repasar, esperando un final distinto? ¿Y si en lugar de juzgarte, lo miras con compasión? ¿Qué podrías aprender?
Porque no somos nuestros errores. Somos lo que hacemos con ellos. Somos las disculpas que nos atrevemos a ofrecer, las conversaciones que intentamos retomar, los abrazos que damos incluso cuando el orgullo tiembla.
Así que, la próxima vez que sientas el peso de un error pasado, antes de dejarte arrastrar por la culpa, hazte estas preguntas: ¿Qué me enseñó esto?¿Cómo me transformó?¿Quién soy ahora, gracias a ello?
Probablemente alguien más sabio. Y si somos muchos los que estamos aprendiendo así, a base de tropiezos y humanidad, entonces vamos bien. Porque no se trata de borrar los errores, sino de aprender a caminar con ellos…sin que nos pesen más de la cuenta. Porque quizás no se trata de no tropezar más, sino de tropezar mejor. Con conciencia. Con propósito. Con ganas de seguir caminando.
Que buen tratado de Psicologia y de Sociologia a la vez. Impresionante.
ResponderEliminarEsta claro que es para todos los publicos, creencias, tendencias politicas etc.
A mi particularmente en esta ocasion solo me ha faltado ver en todo el desarrollo y situaciones, Que haria Jesus en mi lugar, como dice mi pulserita verde que llevo en mi muñeca izquierda pegada al reloj. Un abrazo muy fuerte.
Hola Javier,qué ilusión me ha hecho encontrarte entre los comentarios. Leerte es, como siempre, un regalo. Tienes ese don de ir directo al fondo, de captar la esencia y darle aún más profundidad con tu mirada serena y reflexiva.
EliminarMe ha encantado lo que dices de la pulserita verde. Esa pequeña frase —¿Qué haría Jesús en mi lugar?— tiene la fuerza de un faro en plena niebla. Y viniendo de ti, que sabes de brújulas, timones y decisiones difíciles en medio del mar, cobra todavía más sentido.
Gracias por estar, por leer, por aportar. Ya sabes que tus palabras siempre tienen un lugar especial aquí… y en mí. Un abrazo fuerte
Querido Ángel, como dice mi consu "que buen tratado de psicologia"...No sabes como me sienta esa frase tan cretina de algunos ídem que tanto se emplea: "Yo no me arrepiento de nada en mi vida", pues así te va! No te pongo ninguno de mis errores porque necesitaría horas...y claro que me arrepiento! Pero creo firmemente que si el Señor me permitió tropezar, caer, liarla...era porque tenía que aprender algo. De todo lo malo hay que sacar lo bueno, si no lo veo ahora, ya lo veré.
ResponderEliminarQuizás las faltas que más me duelen son las que, aún viendo lo que podía pasar, me he tenido que callar y he permitido el tropiezo de mis seres más queridos. La "corrección fraterna" es muy cobarde a veces...(escribe sobre esto...)
Hoy me apunto tus frases en mayusculas: ¿Qué me enseñó esto?¿Cómo me transformó?¿Quién soy ahora, gracias a ello?.
GRACIAS!!!
Hola Marta. ¡Qué maravilla volver a verte por aquí! De verdad, me ha dado una alegría inmensa leerte… como cuando reaparece una estrella que siempre estuvo ahí, aunque a veces se oculte entre las nubes. 🌟
EliminarTu comentario me ha llegado hondo. Qué forma tan valiente y honesta tienes de mirar hacia atrás, sin maquillajes ni excusas. Esa frase que mencionas —“yo no me arrepiento de nada”— siempre me ha sonado más a coraza que a convicción. Como si reconocer errores fuera debilidad, cuando en realidad es un signo de madurez.
Lo que dices sobre la “corrección fraterna” me da que pensar . Cuánta verdad hay en eso. A veces callamos por prudencia, por cariño, o simplemente por miedo… y ese silencio pesa más que mil palabras. Tienes toda la razón: ahí hay tema para escribir, y lo tengo en cuenta.
Y esas tres preguntas que señalaste… Me alegra que te hayan resonado, porque para mí también son brújula:
¿Qué me enseñó esto? ¿Cómo me transformó? ¿Quién soy ahora, gracias a ello?
Preguntas que no cierran heridas, pero sí las dignifican.
Gracias de corazón por tus palabras, por tu presencia, por verte de nuevo en esta casa. Un abrazo grande
Yo siempre estoy ahí, Ángel. Y te leo porque para mi tu blog es aprendizaje constante, catequesis, terapia y examen de conciencia y vida.
EliminarLo que no hago es comentar porque mi vida es un caos y no tengo tiempo ni de respirar. Ya hablaremos...pero si, estoy ahí.
Que veas este blog como un espacio de reflexión, de terapia y hasta de catequesis, me honra más de lo que imaginas.
EliminarY no te preocupes por no comentar, bastante haces con sobrevivir al caos diario sin perder el sentido del humor ni el cariño.
Gracias por estar, incluso en el silencio. Se siente.
Me ha encantado Angel… Sí, yo también reconozco muchos errores en mi vida, la mayoría no intencionados, pero otros podrían haber sido evitables simplemente parando un momento y reflexionando sobre si es lo correcto o no. Esa impulsividad de la que también hablas puede ser la causante de alguno de esos errores.
ResponderEliminar¿Arrepentimiento? Si mucho y siempre, pero lo peor para mi no es el dolor que queda en mi, sino la respuesta del contrario si ese error mío pudiera afectarle. Esas reacciones son imprevisibles porque dependen de la manera de ser y de afrontar de la otra persona, y esto aún me causa más dolor porque comienza un trabajo de reconstrucción de la amistad y la confianza y este trabajo no siempre da buenos resultados porque hay personas tan rencorosas y tan fácilmente dañables que no llegan ni a admitir el perdón.
Mi conciencia puede quedar tranquila después del perdón, pero la herida tarda en cicatrizar.
Seguiremos trabajando en ello.
Un abrazo querido Angel, muchísimas gracias por hacernos reflexionar.
Querida Emma
EliminarLeerte es como escuchar mis propios pensamientos, pero dichos con tu voz, tan clara y honesta, que siempre me llega muy hondo.
Esa impulsividad de la que hablas… cuántas veces nos ha jugado malas pasadas, ¿verdad? A veces tomamos decisiones sin darnos cuenta de lo que puede provocar en los demás. Y cuando el error afecta a alguien que queremos, empieza lo difícil: reconstruir lo que se ha roto, sin saber si hay manera de volver a unirlo. Es un camino lento, lleno de silencios y dudas.
Me quedo con algo muy valioso que dijiste: “Mi conciencia puede quedar tranquila después del perdón, pero la herida tarda en cicatrizar.” Es verdad. Uno puede pedir perdón con el corazón en la mano, pero no siempre el otro está listo para recibirlo. Y eso también hay que aprender a aceptarlo.
Gracias por estar, por compartir desde el alma y por hacer de este rincón un lugar más humano.
Un abrazo enorme
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