Este blog nació en abril de 2009 con la intención de contarle a unos cuantos amigos cercanos las aventuras (y desventuras) de mis cinco hijos pequeños —que teníamos entonces mi esposa y yo—: sus anécdotas, sus travesuras, sus frases inolvidables… lo típico que uno escribe para no volverse loco o para reírse luego con café en mano.
Pero pronto descubrí algo que no esperaba: el mundo de los blogs tenía más profundidad que una charla de sobremesa. Me vi escribiendo pensamientos que salían del alma, reflexiones que no cabían en los álbumes familiares ni en las notas del móvil. Y allí empezó otro camino.
Me gusta que me llamen Angelo. Viví un tiempo en la Ciudad Eterna —Roma—, y allí los amigos me llamaban así. Me encantaba. Con ese nombre se me quedó algo de Italia... y bastante de pasta también. Desde entonces, lo uso como una especie de pseudónimo sentimental.
Han pasado muchos años desde esos primeros posts. Algunos dicen que he mejorado como escritor. Otros, que al menos ahora uso menos puntos suspensivos. La edad también ayuda: uno cambia, madura y aprende que muchas cosas se ven distintas con los años… especialmente las fotos de perfil.
Llamé a mi blog “Siete en familia” porque en aquel momento, esa era nuestra casa: mi esposa, nuestros cinco hijos y yo. Hoy, ya somos 19. Yernos, nueras, nietos... ¡Todo es don! Las comidas familiares ahora requieren varias mesas, muchas sillas plegables… y alguien que haga de árbitro de risas y juegos. A veces hay más ruido que silencio, pero todo es vida. Y bendición.
Escribo porque creo que la fe no se grita: se vive, se piensa y se entrega… en voz baja.

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