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No guardemos la luz y la alegría

De nuevo embalando las figuras y decoración navideña, y mientras lo hacía me vino una reflexión. Ya se acabaron las fiestas. Navidad pasó un año más. Dicen que no habría que quitar el Belén hasta la fiesta de la Purificación, el 2 de febrero, pero… la prisa… ¡qué mala compañera resulta a veces! Y mientras envuelvo cada adorno de navidad, me pregunto si no es así a veces mi vida espiritual. Prisa, rutina, ver sin contemplar, alegría sin relucir…

Y salgo a la calle, y compruebo que los escaparates han sido cambiados de la noche a la mañana. Las rebajas son las protagonistas, mendigando la invitación a seguir gastando, aunque no haya nada que gastar, para eso están las tarjetas, grandes usureras que pasan factura sin piedad alguna, a la hora de reclamar su préstamo.

Y descubro que empiezo a turbarme, casi invadido con la tentación del desaliento y que a mi alrededor percibo también ese aire de pesimismo en el retorno a nuestra rutina. El Covid, que se empeña en ser protagonista diario de forma tiránica, vuelve a llenar las noticias con el objetivo de abatirnos, atemorizarnos, pendientes de frías estadísticas, de números que las llenan sin importar las personas que forman parte de ellas con sus historias personales, recogiendo mentiras y manipulaciones sembradas y esparcidas desde hace ya muchos meses, sombras, oscuridades, hastío…

¿Y la luz que tanto hemos pedido, la alegría que hemos gritado, la esperanza que tendríamos que haber renovado? ¿Vamos a seguir el ritmo de esta sociedad? ¿Vamos a rebajar también nuestra entrega, entusiasmo, testimonio e ilusión? ¿Ponemos todo a precio de saldo? ¿Volvemos a presentar un catolicismo light, sin entusiasmo, sin luz, sin vida?

Llevo algunos años comprobando como algunos católicos se lamentan del consumismo de esta época, donde parece sepultarse el “espíritu navideño” dando paso a otras formas de celebraciones que nada tienen que ver con el nacimiento de Cristo, y me duele decirlo, pero es que la corriente parece arrastrar a muchos que se han rendido y han adoptado el estilo impuesto, con el temor de ser tachados de antiguos, con sabor añejo y alejados del mundo real. Merecería la pena reflexionar donde está la realidad y el engaño en este siglo XXI.

Un pequeño detalle sin importancia (o tal vez con gran importancia) para ilustrar lo que estoy comentando. Algunos se rinden ya a la ilusión de poner un misterio navideño en su hogar, otros ya dejaron la hermosa tradición de felicitar con una tarjeta navideña a los amigos y familiares. Se han dejado arrastrar por la frialdad que lleva el whastAp, la facilidad del copia y pega, el video que parece original y que recibes mil y una vez. El mail que puedes enviar a cualquier hora.  Atrás quedó el esfuerzo de buscar una felicitación adecuada para cada amigo, cada ser querido, el dedicarle unas letras de puño y letra, plasmar esas palabras que salen del corazón y no aquellas que están en la galería de imágenes de internet. Escribir su dirección, ir al estanco a por el sello, depositarlo en un buzón y esperar con ilusión que llegue a su destinatario. Todo un proceso que se baña en el amor que arribará en esos deseos de gozo navideño . Me ha encantado recibir este año algunas elaboradas de forma manual, ¡que regalazo! Beneficiarme del esfuerzo de alguien que ha pensado en mí con cariño.

Voy a ser franco y me gustaría no herir a nadie, pero no me gusta nada recibir las felicitaciones de Navidad a través del WhashApp,  y muchísimo menos sin tan siquiera un mensaje personalizado.  Las Buenas noticias van siempre acompañadas de un deseo de anuncio gozoso que sale del corazón y la forma de transmitirlo le dará mayor o menor valor al comunicarlo.

¿Dónde nos hemos estancado? Tal vez hemos dejado que nuestro cuerpo, se adueñe de nuestra parte espiritual y estamos haciéndole más caso. Nuestro cansancio, nuestra impresión de que ir contracorriente no tiene recompensa, decepciones, pruebas, tedio dolor, tristeza, ofensas… Eso y mucho más, no debe apartarnos de nuestro convencimiento; Dios habita en nosotros. El lugar donde nada ni nadie puede quitarnos el tesoro depositado. ¡La Fe! La que nos empuja a creer sin fisuras que somos infinitamente amados.

Vivir cada día atentos a Su presencia que se manifiesta en todo, se esconde a veces detrás de lo que parece rutina, se revela en la calidez de la amistad, nos inunda en cada momento que tratamos de vivir estando atentos… No podemos quitar el Belén de nuestros adentros, es el motor que nos hace caminar (amar)

Hemos visto a un Niño nacer, que nos ha traído esperanza, que ha venido a ocupar nuestros corazones, ¡¡¡ dejémosle crecer en él!!! Y se encargará de todo. ¡Creámoslo! Sigamos sembrando, encendamos luces, abramos puertas, ¡y renovemos la esperanza puesta en el portal de Belén!

Que nuestra luz y alegría no las introduzcamos también en la caja de los adornos navideños. Que ellas sean nuestro motivo de afrontar cada día con fe, esperanza y caridad cada minuto de nuestra vida.


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6 comentarios

  1. Qué bonito y cuanta razón en estas palabras. ¡Gracias!

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    1. El gozo y la luz , quien sepa verlo en nosotros quedará contagiado sin duda. Un beso fuerte y muchas gracias por comentar

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  2. Gracias, Ángel. Siempre tan certero. De nosotros depende ese recuperar el verdadero sentido de la Navidad. hay que seguir intentándolo. Y no olvidemos, como bien dices, que siempre es Navidad.
    Un abrazo y mi oración.

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    1. Gracias a ti Caminar. Si aprendemos a contemplar nos resultará más fácil entender y cuando se entiende todo lo demás viene.... Gracias por compartir en el blog. Un abrazo y mi oración también

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  3. Me he asegurado muy bien de no guardar en las cajas de mis figuras del belén esa luz y esa alegría que mencionas, también he dejado fuera la esperanza. Me niego a estar triste y aunque es grande la tentación de caer en ella me agarro a la esperanza y lo supero.Saludos cordiales.

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    1. Pues que alegría Charo, me encanta esa afirmación que plasmas en cada una de tus frases. Demuestran convicción y al menos a mí, me contagian de entusiasmo. Mil gracias. Un abrazo

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