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Silencios

Hemos entrado en el adviento, tiempo litúrgico que nos ayuda a preparar la Navidad, tiempo de reflexión, de interiorización personal ante el misterio que se aproxima. Tanto la Cuaresma como el adviento nos invita a vivir intensamente la historia de nuestra salvación. 

Me da la impresión de que cada vez por parte de algunos católicos pasan desapercibidos, desaprovechando un tiempo de gracia espiritual que en la vida religiosa afortunadamente siguen viviéndolo en toda su riqueza. Leyendo hace unos días un titular (la fuerza de un titular que hace poco comenté en este blog) me invitó a entrar en la noticia y la verdad es que me pareció edificador a su lectura. Decía así : "El ruido del mundo no nos deja escuchar a Dios"

Al terminar la lectura de la reflexión, enseguida pensé que era una oportunidad magnífica de vir este tiempo de Adviento. Me apetece compartirlo deseando que produzca el mismo efecto que en mí ha suscitado. Ojalá sepamos aprovechar esos tiempos litúrgicos que la Iglesia nos propone para adentrarnos más intensamente en esa escucha .

"El ruido del mundo no nos deja escuchar a Dios" .Esta expresión la escuchó la hermana María Dolores Otero, Clarisa Capuchina de Murcia, a un matrimonio joven que se hospedó en el albergue de peregrinos del monasterio. Dios quiere encontrarse con nosotros en el misterio del silencio.

El valor del silencio

¿Para qué callamos? Lo hacemos para tomar conciencia de que Dios vive en nosotros. Otro motivo por el cual buscamos el talento del “silencio” es: para hacer presente a Dios.

Pero hay silencios negativos que lejos de escuchar a Dios en nosotros y en los otros, nos alejan de ello. ¿Cuáles son estos silencios negativos? Veamos algunos de ellos:

Silencio de angustia

La palabra “angustia” viene de “angosto”, estrecho, ahogo. Cuando la angustia se hace presente, nos deja sin palabras. No se puede hablar porque la garganta es incapaz de articular palabras. Este silencio viene del miedo. No hay cercanía. Hay incomunicación. En ese viento interior no está Dios.

Silencio de culpabilidad

Prefiero no hablar porque si lo hago me pueden atacar y puedo perder mi buena fama. Es el “silencio” de sentirme impotente por miedo a perder mi buena fama. En esa tormenta no está el Señor.

Silencio de indiferencia

Todo nos da lo mismo, empezamos a bostezar, a mirar sin fijarnos en lo que miramos. Es “silencio” de apatía. Guardo silencio porque paso de todo, no me interesa nada ni nadie. En ese “silencio” no está Dios.

Silencio del mal humor

A veces hay algo que nos disgusta y nos pone de mal humor. Como estoy enfadado, hago de mi silencio un reproche y, por eso, guardo silencio, prefiero guardar distancias. En esa tormenta, no está Dios.

Silencio del miedo

Este “silencio” que produce nuestro estado de ánimo es algo que nos endurece. Quisiéramos hablar pero justificamos nuestro silencio negativo diciendo: “es mejor callar porque en boca cerrada no entran moscas”; así evito represalias y malos ratos. En ese “silencio” no está Dios.

Silencio de envidia

La envidia nos deja sin palabras y no sabemos reconocer nada bueno del otro. No somos capaces de hablar bien de los demás. No nos gusta apoyar al débil. Éste es un silencio enfermizo y muy peligroso. Nos olvidamos que Dios a cada uno, le da lo suyo. Al jazmín no le pide que sea rosal ni al tulipán que sea margarita. En ese “silencio” no está el Señor.

Silencio de orgullo

Este “silencio”, a veces, se refleja en el cuerpo. El orgullo siempre separa. Aristóteles decía que el orgullo está en la cabeza. Por eso se suele decir: “se le han subido los humos a la cabeza”. El orgulloso mira a los demás con desprecio y cien veces inferior a él. En ese “silencio” no está Dios.

Silencio de rencor

El mal humor puede ir ganando terreno en la persona y llegar a convertirse en un quiste moral muy difícil de extirpar, incluso es peligroso tanto para el cuerpo como para el alma. En ese fuego interno no está Dios.

Todos estos silencios negativos nos van enfermando y debilitando, y lejos de los demás, nos impiden amar el “silencio” verdadero que es el que nos lleva a escuchar a dios, cuyo idioma es el “silencio” oblativo que nos lleva a los demás, para admirar y contemplar a Dios, que se hace visible en cada ser humano. En Dios existimos, nos movemos y somos.

 Fuente : Jóvenes católicos 

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1 comentarios

  1. Es verdad que en demasiadas ocasiones practicamos esos silencios donde Dios no se encuentra y de uno mismo depende cambiarlo por otro silencio que nos acerque a Dios.Saludos

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