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Equilibrio

 


En más de una ocasión hablando con algunas personas, ha surgido el planteamiento de si uno es positivo o negativo en la vida. Creo que en los días de cada uno, tenemos esos claroscuros que nos levantan o nos aplastan. El equilibrio está en saber conjugarlos valorando aquello que nos hace mejorar y no desalentarnos hacia lo que no se logra conseguir.

Durante nuestra vida convivimos, muchas veces con sensaciones, sin quererlas o desearlas, pero también con otras que no valoramos en la medida que se merecen. Optimismo y pesimismo se perciben como dos actitudes contrarias con las que podemos afrontar cualquier cuestión de la vida: desde las elecciones laborales, pasando por las relaciones sentimentales, desde las consideraciones sobre nuestra salud, hasta los imprevistos. Entre los dos extremos también hay una vía mediana. Entre las actitudes optimistas y pesimistas puede haber, de hecho debería haber, la búsqueda del justo equilibrio, de lo más sabio, de la competencia, desarrollando cada vez más la capacidad de analizar y sintetizar, además de un conocimiento profundo de los hechos. Este camino, tan poco tomado en consideración, se llama " realismo " o " racionalidad ".

Es la forma que nos inspira a realizar proyectos que puedan ser realmente viables con las fuerzas en juego, sin excesos de ilusiones y sin sacrificios deprimentes. Ser realista significa mantener los pies en la tierra, saber evaluar bien las situaciones y las personas, no dejarse llevar por oleadas de esperanzas infundadas, así como no ser prejuicioso y hostil ante ningún juicio o decisión.

Por supuesto, nadie puede ser perfecto y siempre son posibles algunos deslizamientos hacia el optimismo o el pesimismo, pero todo cambia si tenemos en cuenta que entre estos dos extremos debemos buscar siempre el camino intermedio, el de las valoraciones correctas, los del esfuerzo de aprendizaje.

Vivimos en una época caracterizada por el pesimismo. Pero a esta innegable fuente de pesimismo yo también añadiría una sensación de decepción.  Decepción tras la caída de los principales valores morales que rigen en una sociedad civilizada. El fracaso histórico de muchas ideologías ha traído, también el abandono de esa propensión a construir un mañana mejor, dejando sólo la aspiración a disfrutar del presente.

La inseguridad de la vida y la decepción hacia los hombres o ideales  que pueden mejorar nuestra condición son ya en sí mismos dos factores capaces de destruir cualquier impulso de optimismo, a esto se añade  la sensación de impotencia,  la percepción de que nosotros mismos no podemos hacer nada para cambiar de dirección. Quizás será la disponibilidad de una hiper -información en tiempo real de todo el mundo, que continuamente nos bombardea con noticias de guerras, catástrofes y tragedias, y que nos hace sentir tan insignificantes , que nuestras acciones individuales resulten irrelevantes, lo cierto es que la sociedad actual parece haber perdido la esperanza de poder tomar decisiones personales capaces de cambiar el curso de la historia. 

Ésta es la descripción triste y amarga de la realidad contemporánea: un aura de pesimismo que se adhiere a nuestra alma incluso inconscientemente, casi como una planta parásita trepadora que asfixia lentamente a árboles mucho más imperiosos que ella, succionando su energía vital. 

Hablo en términos generalizados porque también nosotros los creyentes respiramos este aire saturado de pesimismo, por lo que es oportuno preguntarnos cuánto nos condiciona, quizás dejándole sofocar en nosotros toda expectativa de fe en el Dios todopoderoso que, a través del Espíritu Santo, puede actuar en nuestra vida individual y eclesial, renovando el entusiasmo por su obra.

El creyente debería ser optimista porque no vive en la angustia de la precariedad del mañana . Ha echado todas sus preocupaciones en Dios, porque sabe que tiene un Padre celestial que conoce sus necesidades y ha prometido que lo cuidará  (Mt 6, 31-32; 1P 5, 7). Y porque sabe que las personas pueden decepcionar, traicionar, abandonar, pero él  no defrauda, ​​porque es fiel y no falla en sus promesas . Entonces ¿Por qué, muchos creyentes están tristes, decepcionados, apáticos, abrumados por este pesimismo lúgubre y desenfrenado?...

Convivimos con: la angustia, el dolor, la duda, la soledad, la ansiedad, la mentira, el temor, el rechazo, el desprecio, la venganza propia y la ajena, con el silencio, con el mal, con el rencor, con la rutina, con los desencantos, con los prejuicios, con la falta de humildad, con la ausencia de valores y principios, con la crítica nuestra y la de ellos, con la ingratitud, con la soberbia de los inútiles que no pueden amar, con la incomprensión, con la inseguridad, con la falta de ilusión, con el conformismo, con el odio, con el olvido, con la pérdida, con la falta de libertad, con el pasado sin resolver, con la indiferencia, con los malos pensamientos, sin el perdón, con la envidia del otro y la de uno, con la falta de Fé, sin un rumbo a seguir, con la impaciencia, con el mal humor de uno y el de los demás, con la impotencia de no poder, con el aburrimiento, con …

Pero... siempre hay un pero, también convivimos, con el humor, con la alegría, con la risa de uno y la de los demás, con los colores que nos traen paz y armonía, con el Sol que nos da energía, con la lluvia que no nos molesta, de las caminatas por la tarde, con las sorpresas agradables, con las primeras brisas de primavera y con cada una de las estaciones del año que nos enseñan entre otras cosas, no todo es frío o calor, con la posibilidad de conocer la felicidad, de dar amor y de ser correspondido, con la búsqueda de la verdad, con la imaginación, con el bien, con un futuro mejor construido por uno, con el cariño, con el amor, con los afectos, con los abrazos, con las caricias, con la amistad, con charlas placenteras con amigos, con el compañerismo, con la lealtad, con la Fé, con proyectos posibles e imposibles, con las distintas manifestaciones del arte, con la lectura, la música que nos transporta a lugares que uno solo conoce, con fragancias y perfumes que nos dan lugar al placer, con los recuerdos nostálgicos, y con … 

Uno, siempre uno, será el que finalmente decida con que quiere quedarse. Que el Señor Jesús nos llame a cada uno, a arrancar de nuestro corazón los lazos del pesimismo y la apatía, para  manifestar el optimismo de la fe  en él y en su obra.

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1 comentarios

  1. Le pido a Dios que me ayude a ignorar todos los "pero", que desaparezcan definitivamente de mi vida y que sólo confíe en Él.Saludos

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