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No vemos, no oímos, no hablamos


Existen personas  que simplemente pasan los días en un estado diríamos “lineal” sin inmutarse ante nada. Me sorprende a veces cuando hablando con alguien que practica la fe diga de la confesión “ yo no tengo nada que confesar, creo que hago las cosas más o menos bien y no hago daño a nadie”…, pero esta recurrente afirmación que seguro hemos escuchado todos en alguna ocasión, se derrumba si le invitas a reflexionar de forma sincera y más profunda sobre su actuar y  más cuando le explicas que existe el pecado de omisión que de forma casi imperceptible nos hemos acostumbrado a practicar. Pocos son conscientes de este pecado, o más bien una categoría de pecado, que de alguna manera permanece, por así decirlo, en la trastienda de las conciencias. 

Podríamos resumir la omisión como no hacer, intencionalmente o no, lo que se podría o debería hacer. Aquí, este es precisamente el pecado de omisión. Y nuestra cobardía, nuestra distracción, nuestro deseo de una vida tranquila que nos hace desviar la cabeza, cerrar los ojos, ignorar. Como los famosos tres monos, muy a menudo no vemos, no oímos, no hablamos. O, si hablamos, decimos "está bien, eso no es de mi incumbencia". Tal vez estemos listos y disponibles, y por qué no a veces incluso orgullosos, para golpearnos el pecho por nuestros pecados "normales", pero ni siquiera podemos reconocer nuestros defectos por no haber hecho nada. Y pedir perdón por no haber hecho nada acaba pareciendo casi inútil.

Todos creemos ser buenas personas. Pero el Señor podría respondernos: “Yo ya hice ángeles que nunca pecan y podría hacer buenas personas y mantenerlas bajo una campana de vidrio o bolas de naftalina”. El Señor no nos creó para esto, sino para trabajar con él para construir un mundo más hermoso que se llama el "Reino de Dios". No nos creó solo para evitar los pecados, sino sobre todo para hacer el bien. 

Como decía anteriormente la omisión es el pecado que fácilmente se pasa por alto. Parece que nos diga al oído : “Omite, finge no ver, olvídate, ocúpate de tus propios asuntos, tú no tienes la culpa , no te metas en líos…” Nos cuesta “entrometernos” cuando vemos algo que implica nuestra actuación.

Pero también está otro tipo de omisiones que ni siquiera percibimos. Me parece que es un gran olvido pasar por alto las alegrías de la vida. Las omisiones relacionadas con el sentimiento, los afectos, la estética, el amor. Y, en consecuencia, el uso de más tiempo dedicado a quejas y críticas destructivas que tiempo dedicado a elogios y agradecimientos. Omisión de alegría y alabanza, que sabe agradecer.

Nuestros ojos están acostumbrados a observar el mal, a sentirse ofendidos por el comportamiento de los demás, a dar por sentado, dado nuestro egocentrismo altamente desarrollado, que los demás siempre actúan en nuestra contra. Nuestros ojos no están acostumbrados a ver simplemente que hay gente que actúa con honestidad, que los jóvenes exaltan la vida, que la oración es la oportunidad más hermosa del día, que nuestra mano que es capaz de obrar tantas cosas es un milagro continuo de la naturaleza. y por tanto de Dios.

Y así desperdiciamos mil oportunidades de alegría y acción de gracias. Así cometemos pecados de omisión, y permanecemos con un corazón de piedra y no de carne, para usar la frase del profeta.(Ez 36,26)

Creemos que con hacer lo que nos toca o evitar realizar el mal ,estamos en la senda correcta y no caemos en que eso lo hacen casi todos y en realidad tampoco supone un gran esfuerzo por nuestra parte realizarlo.

Lágrimas que vimos caer en amigos cercanos y no quisimos involúcranos , sin enjugarlas. El tiempo que negamos para escuchar a alguien que lo necesitaba y que mil excusas supimos poner, la oración que no elevamos por quien sabíamos la necesitaba, el perdón que no ofrecimos, el mail que podía alegrar el día a alguien, la visita que pudimos hacer y que la pereza y desgana nos impidieron realizar. El papel que no recogimos del suelo porque fue otro quien lo arrojó, la intercesión entre personas enfadadas porque nos complicaría la vida...¡tantas y tantas ! 

Yo no sé vosotros, pero yo cada vez que pienso en mis omisiones, encuentro un montón, esa rutina que dejamos entrar a diario que nos hace no movernos de nuestro sitio, pensando más en el bien propio y no en el de los demás. Yo siempre acabo mi confesión acusándome de las omisiones realizadas. Vale la pena detenerse en ellas porque si vamos descubriéndolas, facilitaremos el camino a muchos y contribuiremos al bien de todos. Hay mucho bien por hacer, no solo mal por evitar. 

El mal o el bien, se haga donde se haga, siempre acaba repercutiendo a toda la humanidad.


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2 comentarios

  1. Gracias, Ángelo, esta palabra lo dice todo.
    Un abrazo grande y que la Virgen del Rosario os guarde.

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