¡Estamos Predestinados!
"Tenía que pasar”, es una frase muy escuchada ante acontecimientos inesperados, sobre todo si son trágicos, aunque también solemos usarla frente a la sorpresa gratificante. Frecuentemente nos encontramos con personas que recurren con bastante espontaneidad a esa expresión: tenía que pasar. Como si el destino se percibiese ya escrito, como si ante esas circunstancias inexorables no nos quedaran muchas opciones. Una actitud que contrasta con la mentalidad científico-técnica dominante en ciertos ambientes más eruditos.
Vivimos en dos mundos contrapuestos. El de los que esperan la suerte o la fatalidad predeterminada para ellos, y el de los que creen que son dueños de su destino y del de los demás, y por tanto también de su felicidad o de su desgracia.
Al primer grupo no le queda otra que ponerse en manos de Dios, o de cualquier otra fuerza desconocida; mejor así que estar en manos de hombres y mujeres sin escrúpulos. El segundo grupo investiga cómo mejorar las condiciones de nuestro mundo y la de los seres que lo habitamos; eso cuando no están al servicio de ideologías o magnates de la economía, que suele ser lo que crea muchas de nuestras desdichas humanas. El destino puede estar escrito en el cielo, puede estar dispuesto por Dios, puede ser el azar y la casualidad o simplemente puede ser provocado por la destreza, o la codicia humana.
“Estamos en manos de Dios”, es la actitud que muchos creyentes adoptan cuando la vida se torna incontrolable por el ser humano. Reconocer el límite humano, y que hay algo, y más todavía “alguien” del que depende nuestra vida caduca y limitada, aparece como la actitud más sensata para la mayoría de la humanidad. Una minoría prefiere creer en su omnipotencia y otra aceptar sin más el sinsentido de la existencia. Lo malo de todo ello es que a menudo estamos en manos y bajo los intereses del segundo grupo y seguimos creyendo que estamos bien protegidos. En este momento es cuando surge la pregunta del dónde está Dios, sobre todo cuando las víctimas claman desde su hambre, desde su pobreza, desde su vida pisoteada, desde la sangre vertida por la violencia de la ambición, desde la discriminación a la que se es sometido por la ignorancia del fanático.
“Dios nos ha destinado” en la persona de Cristo, afirma hoy la carta a los Efesios. Pero este destino no es la desdicha de la mala suerte y ni siquiera la fortuna de los agraciados por la vida con la abundancia y la satisfacción. “Tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor, y el que tenga un amor que no lo olvide”, nos dice la canción. Y quien no lo tenga será que fue olvidado por Dios. El destino de Dios es bendición y elección para la santidad en el amor. Destinados a ser sus hijos y herederos con Cristo, habiendo recibido en prenda el don de su Espíritu. No se trata del destino que nos espera en la vida cotidiana sino de la realización plena de lo que somos: hijos e hijas de Dios, y por lo tanto hermanos y hermanas unos de otros. Esta es la esencia de la fe, de los que creen en Cristo.
“¿Estamos predestinados?” hay creyentes que se pasan toda la vida intentando buscar su destino en el laberinto de la existencia. ¿Qué querrá Dios de mí?, se preguntan. Y algunos parecen haberlo encontrado en una iluminación especial de Dios llamándolos a través de no sé qué tipo de revelación. Se trata de descubrir ese destino con el que Dios nos ha creado y para eso existen unas pautas a seguir. La oración, los sacramentos y la caridad son la varita mágica que nos llevará hasta la luz deseada. Hay otros creyentes que parecen jugar a la lotería del milagro. Esta actitud se entiende cuando la desesperación provocada por la impotencia de los medios humanos aparece como la sola respuesta de la vida, añadido a esto una presentación de Jesús que nos promete la curación para quien tiene fe, ¿O no dio poder para curar enfermos? Creo que todavía tenemos que descubrir el verdadero sentido del milagro en los evangelios antes de proponer una pastoral milagrera, despertando falsas esperanzas e ilusiones destinadas a unos pocos privilegiados. El amor es el origen de todo y el destino soñado por todo ser humano, pero sólo se construye con una vida entregada, dada y olvidada. Jesús hace a los suyos partícipes de su poder, el Espíritu Santo, para crear desde la gratitud y la entrega de la vida la fraternidad universal, la nueva humanidad del Reino. “Solo le pido a Dios que la vida no me sea indiferente” nos recuerda otra canción popular. ¿No andará nuestro destino por estos derroteros?
P.Nicolás Sánchez Toledano
Vivimos en dos mundos contrapuestos. El de los que esperan la suerte o la fatalidad predeterminada para ellos, y el de los que creen que son dueños de su destino y del de los demás, y por tanto también de su felicidad o de su desgracia.
Al primer grupo no le queda otra que ponerse en manos de Dios, o de cualquier otra fuerza desconocida; mejor así que estar en manos de hombres y mujeres sin escrúpulos. El segundo grupo investiga cómo mejorar las condiciones de nuestro mundo y la de los seres que lo habitamos; eso cuando no están al servicio de ideologías o magnates de la economía, que suele ser lo que crea muchas de nuestras desdichas humanas. El destino puede estar escrito en el cielo, puede estar dispuesto por Dios, puede ser el azar y la casualidad o simplemente puede ser provocado por la destreza, o la codicia humana.
“Estamos en manos de Dios”, es la actitud que muchos creyentes adoptan cuando la vida se torna incontrolable por el ser humano. Reconocer el límite humano, y que hay algo, y más todavía “alguien” del que depende nuestra vida caduca y limitada, aparece como la actitud más sensata para la mayoría de la humanidad. Una minoría prefiere creer en su omnipotencia y otra aceptar sin más el sinsentido de la existencia. Lo malo de todo ello es que a menudo estamos en manos y bajo los intereses del segundo grupo y seguimos creyendo que estamos bien protegidos. En este momento es cuando surge la pregunta del dónde está Dios, sobre todo cuando las víctimas claman desde su hambre, desde su pobreza, desde su vida pisoteada, desde la sangre vertida por la violencia de la ambición, desde la discriminación a la que se es sometido por la ignorancia del fanático.
“Dios nos ha destinado” en la persona de Cristo, afirma hoy la carta a los Efesios. Pero este destino no es la desdicha de la mala suerte y ni siquiera la fortuna de los agraciados por la vida con la abundancia y la satisfacción. “Tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor, y el que tenga un amor que no lo olvide”, nos dice la canción. Y quien no lo tenga será que fue olvidado por Dios. El destino de Dios es bendición y elección para la santidad en el amor. Destinados a ser sus hijos y herederos con Cristo, habiendo recibido en prenda el don de su Espíritu. No se trata del destino que nos espera en la vida cotidiana sino de la realización plena de lo que somos: hijos e hijas de Dios, y por lo tanto hermanos y hermanas unos de otros. Esta es la esencia de la fe, de los que creen en Cristo.
“¿Estamos predestinados?” hay creyentes que se pasan toda la vida intentando buscar su destino en el laberinto de la existencia. ¿Qué querrá Dios de mí?, se preguntan. Y algunos parecen haberlo encontrado en una iluminación especial de Dios llamándolos a través de no sé qué tipo de revelación. Se trata de descubrir ese destino con el que Dios nos ha creado y para eso existen unas pautas a seguir. La oración, los sacramentos y la caridad son la varita mágica que nos llevará hasta la luz deseada. Hay otros creyentes que parecen jugar a la lotería del milagro. Esta actitud se entiende cuando la desesperación provocada por la impotencia de los medios humanos aparece como la sola respuesta de la vida, añadido a esto una presentación de Jesús que nos promete la curación para quien tiene fe, ¿O no dio poder para curar enfermos? Creo que todavía tenemos que descubrir el verdadero sentido del milagro en los evangelios antes de proponer una pastoral milagrera, despertando falsas esperanzas e ilusiones destinadas a unos pocos privilegiados. El amor es el origen de todo y el destino soñado por todo ser humano, pero sólo se construye con una vida entregada, dada y olvidada. Jesús hace a los suyos partícipes de su poder, el Espíritu Santo, para crear desde la gratitud y la entrega de la vida la fraternidad universal, la nueva humanidad del Reino. “Solo le pido a Dios que la vida no me sea indiferente” nos recuerda otra canción popular. ¿No andará nuestro destino por estos derroteros?
P.Nicolás Sánchez Toledano
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