Lo que el espejo no muestra

Lo que el espejo no muestra: una reflexión sobre los selfies de gimnasio y la necesidad de mostrarse | Blog de Angelo
Hombre de unos 40 años frente al espejo del gimnasio, selfie reflexivo

Mostrarnos es humano; entender lo que no se ve, también necesario.

El espejo y el perfil: cuando la imagen se vuelve carta de presentación

Últimamente, basta entrar en cualquier gimnasio para darse cuenta de que las pesas ya no son lo más pesado que se levanta: son los móviles. Hay quien hace más repeticiones con el brazo del selfie que con la mancuerna. No lo critico; solo me hace pensar en esa necesidad constante de mostrarnos, de dejar constancia de que existimos, de que estamos “a tope”, aunque a veces lo único que esté a tope sea el cansancio o la inseguridad. Quizá todos llevamos dentro un pequeño entrenador personal que, más que medir bíceps, busca la aprobación de los demás.

Y quizá por eso abundan las fotos de perfil tomadas frente al espejo del gimnasio. Las hay de todos los tipos: con pesas en la mano, con camiseta ajustada o sin ella, con esa luz medida al milímetro para resaltar lo que tanto esfuerzo costó conseguir. Varios amigos míos tienen esas fotos y me caen estupendamente. Pero cada vez que veo una, me asalta la misma pregunta: ¿qué hay detrás de esa imagen?

Quizá no sea solo una cuestión de estética o vanidad. Tal vez haya un mensaje más profundo, una forma de decir “estoy aquí, estoy mejorando, estoy intentando ser la mejor versión de mí mismo”. En el fondo, todos necesitamos sentirnos reconocidos de alguna manera. Algunos lo expresan con palabras, otros con gestos, y otros con imágenes. El gimnasio, en ese sentido, se ha convertido en el nuevo escenario donde muchos buscan afirmar su identidad, ganar confianza o, simplemente, celebrar un logro personal.

Hombre reflexivo de unos 40 años junto a una ventana, luz cálida tras el entrenamiento

Selfies de gimnasio y la necesidad de sentirse visto

Aun así, me resulta curioso que muchos elijan precisamente esa imagen como carta de presentación ante el mundo. Teniendo tantas formas de mostrarse, se escoge justo ese instante frente al espejo. Quizá ahí haya algo más profundo que estética: una necesidad de afirmarse, de decir “así soy, así quiero que me veas”. Y no me refiero solo a los cuerpos musculados: también están los que enseñan el desayuno proteico, la toalla con logo o el clásico “mirror selfie” donde el espejo parece tener más protagonismo que la persona.

Vivimos en una época donde mostrar se ha vuelto casi una obligación. Las redes sociales nos han convencido de que, si no lo compartes, no cuenta. Como si un esfuerzo no existiera hasta que aparece en pantalla. Así, poco a poco, el gimnasio deja de ser solo un lugar de entrenamiento para convertirse en una pasarela de autoestima. Y, admitámoslo, todos caemos un poco en eso. Incluso los que presumimos de no presumir.

La cuerda floja de la aprobación en redes sociales

Lo que más me sorprende es la velocidad con la que convertimos lo íntimo en contenido. Antes, las transformaciones personales eran discretas: uno se veía mejor, los demás lo notaban y bastaba con un “te encuentro genial”. Ahora, la recompensa es pública y casi inmediata. Pero también frágil. Porque el mismo dedo que da un “me gusta” puede deslizar hacia otro cuerpo, otra sonrisa, otra historia. Y ahí es donde la validación se convierte en una cuerda floja: brillante, sí, pero inestable.

Y no, no hay nada malo en ello. Cada uno tiene la libertad de mostrar lo que quiera y de expresarse como le nazca. Nadie debería sentirse señalado por una simple foto. Pero a veces me pregunto si no estamos intentando demostrar tanto por fuera que olvidamos reforzar lo de dentro. Porque hay músculos que no se ven, y son los que más sostienen cuando la vida pesa.

Vestuario sereno tras el entrenamiento: banco de madera con toalla y botella, atmósfera calma

Lo que el espejo no muestra: la historia detrás de la apariencia

El foco suele quedarse en lo visible, cuando lo más interesante está fuera del encuadre. Detrás del cuerpo trabajado puede haber una historia de inseguridades vencidas, de metas cumplidas o de heridas que aún duelen. Y eso no lo cuenta ninguna imagen. Quizá por eso me gusta pensar que las fotos de gimnasio no hablan tanto del cuerpo, sino del alma que lo habita.

También me intriga lo que ocurre cuando no mostramos nada. Cuando elegimos una foto sencilla, sin músculos ni poses. Tal vez ese silencio visual diga lo mismo, solo que desde otro lenguaje: el de quien no necesita demostrar nada, o el de quien simplemente está en otra etapa, más centrada en sentirse bien que en parecerlo.

El alma detrás del reflejo: una mirada más allá de los filtros

A veces pienso que si los antiguos filósofos vivieran hoy, en lugar de escribir tratados sobre el alma humana, tendrían un canal de fitness motivacional. Aristóteles con su botella de agua y Platón corrigiendo posturas. Porque, a fin de cuentas, seguimos buscando lo mismo que ellos: equilibrio, armonía y sentido. Solo que ahora lo hacemos con auriculares y aplicación de seguimiento.

Y aunque lo diga con humor, en el fondo me enternece. Hay algo muy humano en todo esto. Todos, de alguna forma, queremos gustar, destacar, sentir que valemos. Solo que algunos lo expresan con abdominales y otros con palabras, silencios o gestos. Nadie está libre de esa necesidad de aprobación. Quizá el secreto no sea dejar de buscarla, sino elegir bien dónde la encontramos.

Y yo me pregunto:

¿cuántas fotos de perfil esconden el deseo de ser vistos por dentro, y no solo admirados por fuera?

Miniatura del vídeo de YouTube
Y si tuviera que ponerle música a esta reflexión, sería esta… porque a veces el espejo no miente: solo devuelve lo que nos cuesta mirar.
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Próximo post El viernes hablaremos de una celebración que no se sopla… se agradece.

1 comentario

  1. Esa necesidad de exhibirse, ya que hablas de los gimnasios, se ve también en la disposición que tienen la mayor parte de ellos. De unos años a esta parte su diseño ha cambiado totalmente. Ahora tienen grandes escaparates, de modo que quien entrena queda expuesto, lucido, a la vista de los transeúntes.

    Necesitamos una validación constante. Y sí, en ello hay mucho de vanidad y de farsa, de falta de vida interior y de dependencia de lo que los demás opinen de nosotros.

    Por cierto, por lo visto Platón en su juventud sí fue un buen deportista.

    Nota final: Siempre alucino de dónde sacas esos grupos musicales y cantantes. Eres una fuente inagotable.

    Un abrazo fuerte.

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