Uso cookies para darte un mejor servicio.
Mi sitio web utiliza cookies para mejorar tu experiencia. Acepto Leer más

Te necesito

 


Llevo unos meses recibiendo de personas queridas, “un lamento” que veo instalarse de forma alarmante en los que viven la fe católica. “Estoy triste, no tengo ganas de nada, no soy feliz” y compruebas que entran en un círculo vicioso que los anula completamente donde la fe resulta más una carga que una liberación. De forma especial las personas mayores que acercándose al final de sus días , consideran en vano todo lo conseguido y luchado en sus años de vida.

Todos tenemos nuestros días y también pasamos por alguno de esos en que la tristeza, la nostalgia y el peso de nuestros errores nos dejan KO. Pero hoy quiero hacer hincapié en ese estado que se acerca a lo que se conoce como acidia.

De forma resumida podríamos decir que la acidia es cierta tristeza que apesadumbra, es decir, una tristeza que de tal manera deprime el ánimo, que nada de lo que hace le agrada, cierto hastío para obrar. Hay también quien dice que la acidia es la indolencia del alma en empezar lo bueno. Este tipo de tristeza siempre es malo: a veces, en sí mismo; otras, en sus efectos. Efectivamente, la tristeza en sí misma es mala: versa sobre lo que es malo en apariencia y bueno en realidad; a la inversa de lo que ocurre con el placer malo, que proviene de un bien aparente y de un mal real. En conclusión, dado que el bien espiritual es un bien real, la tristeza del bien espiritual es en sí misma mala. Pero incluso la tristeza que proviene de un mal real es mala en sus efectos cuando llega hasta el extremo de ser tan embarazosa que retrae totalmente al hombre de la obra buena. Por eso incluso el Apóstol, en 2 Cor 2,7, no quiere que el penitente se vea consumido por la excesiva tristeza del pecado. Por tanto, dado que la acidia, en el sentido en que la tratamos aquí, implica tristeza del bien espiritual, es doblemente mala: en sí misma y en sus efectos. (Fuente :fraynelson).

Esperamos de la vida no solo ser felices por un momento, sino ser felices y seguir siendo felices a diario. No es una afirmación absurda, estamos hechos para ser felices, ese fue el verdadero motivo por el que Dios nos creó.

La infelicidad parece haberse acomodado en este mundo de forma contagiosa, como una enfermedad crónica de difícil curación. Estamos en una sociedad descontenta de muchas maneras. Hay miles de millones de personas que viven con muy poco al día, otras muchas plagadas de hambre, injusticia, derechos denegados. El mundo es infeliz. Existen demasiadas dudas para ser feliz, demasiados obstáculos, miedos, incertidumbres, desengaños, pobreza y uno no terminaría de proseguir con la lista de estos enemigos de la felicidad. Hay que ser realistas este padecimiento de infelicidad afecta a todos. A esto se une que las desconfianzas han ganado terreno en nuestras relaciones interpersonales. Confiamos poco en los demás, nos resignamos a esperar poco y mal.

Jóvenes o viejos, ricos o pobres, sabios o ignorantes, todos en busca de la felicidad en la que se trabaja intensamente para lograrla, pero se apodera fácilmente la sensación de que nuestra lucha es en vano. Llegamos fácilmente a la conclusión de que la felicidad en esta tierra no existe. Ella no se encuentra en los placeres y diversiones, no está en las riquezas, ni en los estudios, ni en el deporte, no está en las prácticas orientales que dominan al cuerpo, no está tampoco en tener una familia genial, tampoco está en la religión católica romana, ni en las demás creencias, la felicidad no se encuentra en el esoterismo y ocultismo con el que se ha impregnado el mundo del siglo XXI. Solo saboreamos gotas de felicidad que sacian pequeños momentos. Todos conocemos a alguien ( a muchos) con las etiquetas que acabo de nombrar y ninguno de ellos dice haber alcanzado la felicidad perpetua .

Es un tema que seguramente trataré en próximos escritos, no quiero alargarme hoy en él, porque me gustaría dejar un escrito de mi ya renombrado sacerdote y escritor José Luis  Martín Descalzo, por su acertada y pedagógica reflexión:

Lo primero que tendríamos que enseñar a todo hombre es que los humanos no nacemos felices ni infelices, sino que aprendemos a ser una cosa u otra y que, en una gran parte, depende de nuestra elección el que nos llegue la felicidad o la desgracia.

Que no es cierto, como muchos piensan, que la dicha pueda encontrarse como se encuentra por la calle una moneda o que pueda tocar como una lotería, sino que es algo que se construye, ladrillo a ladrillo, como una casa. Habría también que enseñarles que la felicidad nunca es completa en este mundo, pero que, aun así, hay razones más que suficientes para la alegría

Aunque no hay recetas infalibles, sí hay una serie de caminos por los que, con certeza, se puede caminar hacia ella.

A mí se me ocurren, así de repente, unos cuantos:

-Valorar y reforzar las fuerzas positivas de nuestra alma.

-Descubrir y disfrutar de todo lo bueno que tenemos.

-No tener que esperar a encontramos con un ciego para enterarnos de lo hermosos e importantes que son nuestros ojos.

-Asumir después serenamente las partes negativas o deficitarias de nuestra existencia.

-Vivir abiertos hacia el prójimo. Pensar que es preferible que nos engañen cuatro o cinco veces en la vida que pasarnos la vida desconfiando de los demás.

-Tener un gran ideal, algo que centre nuestra existencia y hacia lo que dirigir lo mejor de nuestras energías.

-Creer descaradamente en el bien. Tener confianza en que a la larga y a veces muy a la larga, terminará siempre por imponerse.

-En el amor, preocuparse más por amar que por ser amados.

-Elegir, si se puede, un trabajo que nos guste. Y si esto es imposible, tratar de amar el trabajo que tenemos.

-Revisar constantemente nuestras escalas de valores.

-Cuidar de que el dinero no se apodera de nuestro corazón, pues es un ídolo difícil de arrancar de el cuando nos ha hecho sus esclavos.

-Descubrir que Dios es alegre.

-Procurar sonreír con ganas o sin ellas.

La lista podría ser más larga. Pero creo que, tal vez, esas pocas lecciones podrían servir para iniciar el estudio de la asignatura más importante de nuestra carrera de hombres: la construcción de la felicidad.

No olvidemos que Dios nos ha creado por amor para ser felices, ¿preguntémonos quién se empeña en que no lo seamos?...

También puede gustarte

0 comentarios

Te invito a dejar tu opinión .Sepamos ofrecer lo mejor de nosotros. Bienvenida la crítica, acompañada siempre de la cortesía.