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Preguntarse sobre nada



Os hablaba hace unas semanas de que estaba recorriendo un camino donde acompaño a un joven a prepararse para la confirmación. En una de nuestras charlas ha surgido el tema de la fe y el ateísmo.

Está claro que, algunos piensan que Dios no tiene cabida en esta sociedad... Seguramente, el escenario hedonista actual y el triunfo de los políticos laicistas, no ayudan en nada, a crear un ambiente propicio para la práctica de la religión..

En la actualidad, hay muchos que quieren esconder y esconderse de Dios. Disfrazan esta descreencia con muchos nombres: modernidad, progreso, agnosticismo, ateísmo…etc. Incluso, los de siempre, se apresuran a promover las consabidas campañas contra la Cruz o a favor de la apostasía. Sin embargo, más allá de los movimientos odiosos de estos grupitos, lo que más se percibe en la sociedad tristemente, es la indiferencia total ante el hecho religioso, y mucho más hacía sus prácticas.

Y esto ocurre por una razón muy simple, precisamente la indiferencia es la seña de identidad de estos tiempos. La gente, ya no busca, ya no se pregunta, ya no piensa. Todo se lo dan hecho, se lo dan mascado. Esta sociedad estará todo lo tecnificada que se quiera, pero a fuerza de no preguntarse sobre nada, nada se va a encontrar. Se ha vuelto pasota y no pregunta, no indaga, no sabe y no contesta. Es demasiado cómodo no pensar.

Podríamos distinguir entre los “no creyentes”, que afrontan el tema de la fe desde un punto de vista intelectual, incluso cultural, y aún no han llegado a ella, o quizá no lleguen nunca porque su negativa a aceptarla es total, y otros que no son más que enemigos de la Iglesia y se llaman a sí mismos “librepensadores”. Es fácil distinguirlos. Los librepensadores siguen todos un mismo esquema: atacar a la Iglesia Católica, defender supersticiones y apoyarse mutuamente.

Los tiempos actuales son tiempos de ateísmo. Parece que se nos ha subido a la cabeza tanto avance técnico y científico y el hombre ha llegado a un punto donde le cuesta admitir la existencia de Dios. Entones, se pone a sí mismo en el lugar de Dios, y acaba decidiendo sobre la vida y la muerte, creando su propia moral, basada en conveniencias, y obligando a los otros a seguir su increencia (véase el ateísmo marxista)..

Me llama la atención que  exista la Unión de Ateos y Librepensadores (UAL), para hablar precisamente de Dios. No acabaré de entender que haya gente que dedique tiempo, energías y dinero en algo en lo que afirman no existe . Fue esta asociación  quienes hace unos años orquestaron la campaña famosa de los autobuses: “Probablemente Dios no exista”. Estas noticias a priori dan la sensación de alarmismo. Cuando uno indaga un poco más, descubre, que en realidad son unos pocos ,que ni entre ellos coinciden , y la asociación está formada por varios “colectivitos”. Dicho de otra manera : "cuatro gatos que hacen mucho ruido". 

El siglo XX nos ha dejado grandes testimonios de personas que han encontrado la fe, manifestando anteriormente su ateísmo militante. Me viene a la mente uno que me impactó en su momento : André Frossard periodista y escritor francés. Aún a riesgo de alargarme me vais a permitir compartir su experiencia. Encontró la fe a los veinte años, simplemente entrando en una capilla, como él dice en su libro " Dios existe, yo me lo encontré" , os lo aconsejo , he aquí un poco de lo que nos explica:

"En mi familia ,éramos ateos perfectos, de esos que ni se preguntan por su ateísmo. Los últimos militantes anticlericales que todavía predicaban contra la religión en las reuniones públicas nos parecían patéticos y un poco ridículos, exactamente igual que lo serían unos historiadores esforzándose por refutar la fábula de Caperucita roja. Su celo no hacia más que prolongar en vano un debate cerrado mucho tiempo atrás por la razón. Pues el ateísmo perfecto no era ya el que negaba la existencia de Dios, sino aquel que ni siquiera se planteaba el problema. (...)Dios no existía. Su imagen o las que evocan su existencia no figuraban en parte alguna de nuestra casa. Nadie nos hablaba de Él. (...)No había Dios. El cielo estaba vacío; la tierra era una combinación de elementos químicos reunidos en formas caprichosas por el juego de las atracciones y de las repulsiones naturales. Pronto nos entregaría sus últimos secretos, entre los que no había en absoluto Dios.

Habiendo entrado, a las cinco y diez de la tarde, en una capilla del Barrio Latino en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra.

Habiendo entrado allí escéptico y ateo de extrema izquierda, y aún más que escéptico y todavía más que ateo, indiferente y ocupado en cosas muy distintas a un Dios que ni siquiera tenía intención de negar -hasta tal punto me parecía pasado, desde hacía mucho tiempo, a la cuenta de pérdidas y ganancias de la inquietud y de la ignorancia humanas-, volví a salir, algunos minutos más tarde, "católico, apostólico, romano", llevado, alzado, recogido y arrollado por la ola de una alegría inagotable.

Al entrar tenía veinte años. Al salir, era un niño, listo para el bautismo, y que miraba entorno a sí, con los ojos desorbitados, ese cielo habitado, esa ciudad que no se sabía suspendida en los aires, esos seres a pleno sol que parecían caminar en la oscuridad, sin ver el inmenso desgarrón que acababa de hacerse en el toldo del mundo. Mis sentimientos, mis paisajes interiores, las construcciones intelectuales en las que me había repantingado, ya no existían; mis propias costumbres habían desaparecido y mis gustos estaban cambiados.

No me oculto lo que una conversión de esta clase, por su carácter improvisado, puede tener de chocante, e incluso de inadmisible, para los espíritus contemporáneos que prefieren los encaminamientos intelectuales a los flechazos místicos y que aprecian cada vez menos las intervenciones de lo divino en la vida cotidiana. Sin embargo, por deseoso que esté de alinearme con el espíritu de mi tiempo, no puedo sugerir los hitos de una elaboración lenta donde ha habido una brusca transformación; no puedo dar las razones psicológicas, inmediatas o lejanas, de esa mutación, porque esas razones no existen; me es imposible describir la senda que me ha conducido a la fe, porque me encontraba en cualquier otro camino y pensaba en cualquier otra cosa cuando caí en una especie de emboscada: no cuento cómo he llegado al catolicismo, sino como no iba a él y me lo encontré. (...)

Nada me preparaba a lo que me ha sucedido: también la caridad divina tiene sus actos gratuitos. Y si, a menudo, me resigno a hablar en primera persona, es porque está claro para mí, como quisiera que estuviese enseguida para vosotros, que no he desempeñado papel alguno en mi propia conversión. (...)

Como dije antes, pienso que el ateísmo contemporáneo es sobre todo indiferencia y es producto de la influencia del mundo en el que vivimos, que no ayuda nada. En este mundo descreído hay muchos Frossards pululando por sus calles, esperando la llamada de Dios, ¡ahí entramos nosotros! 

Negar la existencia de Dios me ofrece la oportunidad de recurrir a mis notas de citas y encontrar la frase con que Franz Binhack en su obra "Topfer und Topf", ridiculiza a quienes niegan la existencia de Dios: “No conozco ningún alfarero –dijo la olla–. Nací por mí misma y soy eterna”. “Pobre loca. Se le ha subido el barro a la cabeza”.

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1 comentarios

  1. Muy interesante lo que dices, y tienes mucha razón. Me hace gracia también el empeño de algunos ateos en pregonar que no existe. Yo no creo en extraterrestres y no hablo de ellos. Tampoco creo en fantasmas, y no hablo de ellos. Sí creo en Dios y soy católica y sí hablo de ello.
    Cierto también que en esta cultura del "ahora" no hay cabida para Dios. La fe necesita tiempo, reposo, como un buen guiso de los de antes. Pero ahora la comida basura prevalece sobre un buen guiso.

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