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Camino junto a tí


Hace unas semanas que recibí el encargo de mi párroco para preparar a un joven para el sacramento de la Confirmación, ya que próximamente vivirá otro de los sacramentos de nuestra fe : El Matrimonio.

Hace muchos años que no ejerzo de catequista, más de 30 y confieso que me sorprendió la petición que se me hizo, pero hubo algo interno que me hizo ofrecerle a mi párroco un sí convencido e ilusionado. No es lo mismo impartir una catequesis infantil que explicar a un adulto las verdades de nuestra fe, así que “el reto” me pareció una oportunidad única para iniciar un camino de descubrimiento interior y profundización en la fe.  De esta forma me presenté ante quien se me pedía acompañar, utilizando el simil del camino . Como peregrino del Camino de Santiago me pareció interesante vivirlo en el sentido del descubrimiento,  de los pasos que daremos y la meta a la que esperamos llegar y así se lo he planteado. Me ha parecido un excelente compañero para caminar. Con nuestras mochilas cargadas iniciamos el camino…

Una querida amiga a la que hice partícipe de esta iniciativa me dijo “ te aseguro que el que más se va a enriquecer con esta misión vas a ser tú” y tengo que decir que estoy totalmente de acuerdo. He vivido anteriormente experiencias de personas en busca de fe y siempre me he sentido privilegiado viendo sus descubrimientos , emocionándome ante ellos. Ello me lleva a escribir sobre los sacramentos, esos regalos de Dios a los hombres y desconocidos incluso por muchos cristianos.

 El vocablo sacramento proviene del latín “sacramentum”; y es una derivación del verbo sacrare ('hacer santo') y el sufijo mentum ("medio para"), esto es, sacramentum es instrumento para hacer (se) santo. Así, si convenimos que lo más importante de nuestras vidas, para lo que fuimos creados, es para estar con Dios eternamente, que es en realidad el verdadero significado de la santidad, comprenderemos las gran importancia de estas inestimables herramientas para llevar a cabo nuestro propósito y la consecución de nuestra meta natural.

Por eso, uno no deja de sentir, últimamente, cierta tristeza, por el desorden litúrgico que ha ocasionado la desfiguración de estos instrumentos divinos y por el menosprecio de los mismos. Bien es verdad, que los sacramentos son administrados por seres humanos; sin embargo en ellos actúa Cristo mismo, de ahí se explica su eficacia infalible: porque siempre que el hombre se disponga debidamente a recibirlos y no ponga ningún obstáculo, Cristo está presente en todos los sacramentos.

Como bien explicaba el entonces Cardenal Ratzinger en su libro "Informe de la Fe": “la fe se halla organizada en torno a cuatro elementos fundamentales: el Credo, el Padrenuestro, los Diez Mandamientos, los Sacramentos. Esta es la base de la vida del cristiano, la síntesis del Magisterio de la Iglesia, fundado en la Escritura y en la Tradición. El cristiano encuentra aquí lo que debe creer (el Símbolo o Credo), esperar (el Padrenuestro), hacer (el Decálogo) y el espacio vital en que todo esto debe cumplirse (los Sacramentos).”

Sin embargo, la pena es comprobar como a diario, esta estructura fundamental ha sido abandonada en demasiadas catequesis actuales, que además de restarle la importancia debida pervierten su sentido, muchas veces saltándose “alegremente” también las formas en que se han de recibir estos signos de Dios, según la Iglesia.

Ante todo, debe quedar claro, que la fe, no se limita a una serie de prácticas monótonas de ciertas liturgias sin sentido. El sentido lo da el Amor y la obediencia a las normas de quien es Madre y sabe como hacer eficaces esos instrumentos de Dios.

Claro que la religión es un conjunto de normas, como también lo es el Derecho y las leyes humanas, pero son normas positivas que regulan la vida social humana en un caso y facilitan el encuentro con Dios, marcado por El mismo, en el otro. Los sacramentos son signos visibles, que el mismo Jesús “ha elegido”- por decirlo en un lenguaje sencillo-, donde a través de ellos podemos experimentar la presencia de Dios que sana, que perdona, que nutre, que fortalece y que nos hace capaces de amar, porque en esos signos obra la gracia de Dios. Necesitamos los sacramentos para crecer más allá de nuestra limitada vida humana y convertirnos a través de Jesús como Jesús: hijos de Dios en libertad y gloria.

Con el Bautismo los hijos del hombre, quebrantados por el pecado, se reúnen como hijos de Dios; con la Confirmación, los débiles se vuelven fuertes; con la Confesión los culpables se convierten en personas perdonadas; con la Eucaristía, nos alimentamos para alimentar a otras personas; con el Matrimonio, así como con la Ordenación sacerdotal, las personas individualistas se convierten en servidores del amor; con la Unción de los enfermos que están desilusionados recuperan su confianza. El sacramento de todos los sacramentos es el mismo Cristo; en él pasamos de la perdición del egoísmo a la verdadera vida sin fin.

Los sacramentos no forman parte de la magia, ni de supercherías, por desgracia he visto vivirlo así a más de uno. Un sacramento solo puede actuar cuando se comprende y se recibe con fe. Los sacramentos no solo presuponen la fe, sino que también la fortalecen y la expresan.

Jesús dio a los apóstoles, en primer lugar, la tarea de hacer que mediante su anuncio los hombres se convirtieran en sus discípulos, tras despertar la fe en ellos y después de bautizarlos. Por tanto, hay dos cosas que hemos recibido de la Iglesia: la fe y los sacramentos. Incluso hoy no nos hacemos cristianos con un simple rito y estando inscritos en una lista, sino aceptando la fe justa que recibimos de la Iglesia, que la garantiza. Dado que la fe de la Iglesia se expresa en la liturgia, ningún rito sacramental puede ser modificado o manipulado por iniciativa de un ministro o una comunidad.

Todos los sacramentos son un encuentro con Cristo, que es el primer sacramento. Hay sacramentos de iniciación, que introducen la fe: bautismo, confirmación y eucaristía. Hay sacramentos de curación: confesión y unción de los enfermos. Luego están los sacramentos al servicio de la comunión: el matrimonio y la ordenación. ( Catecismo de la iglesia católica -1210-1211

El Bautismo nos une a Cristo. La Confirmación nos da su espíritu; la Eucaristía nos une a él; la Confesión nos reconcilia con Cristo; es siempre Cristo quien sana, fortalece y consuela mediante la Unción de los enfermos. En el sacramento del Matrimonio, Cristo promete su amor en nuestro amor y su fidelidad en nuestra fidelidad. Con el sacramento de la ordenación, los sacerdotes pueden perdonar los pecados y celebrar la Santa Misa.

Me toca adentrarme con mi compañero de camino, en el Sacramento de la Confirmación, un don importantísimo para cada cristiano: ¡El Espíritu Santo! es cierto que Él está en todos los sacramentos, de hecho siempre se le invoca antes de celebrar cualquiera de ellos, pero en este caso particular es importante porque nos da la fuerza de seguir a Jesús y de llevar su mensaje a los otros. En este siglo XXI donde estamos inmersos en una sociedad egoísta, hedonista y consumista no es fácil mantenerse firmes en la fe. Con el Sacramento de la Confirmación recibimos esa fuerza interior que nos lanza a reafirmar nuestra fe y de proclamarla  con nuestra misma voz. La Confirmación es uno de esos sacramentos que se puede recibir una sola vez y marca un momento muy importante en la vida de un cristiano.

Espero ser luz en ese camino emprendido junto a mi compañero de camino. Yo tengo la certeza de que el augurio hecho por mi querida amiga se cumplirá.

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1 comentarios

  1. Una gran misión la tuya de las que reportan una gran satisfacción.Yo también hace años que dejé de dar catequesis.Saludos

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