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¿A quién adoramos?


Hace pocos días estábamos inmersos en la Semana Santa, donde la devoción popular, de forma especial en nuestro país, presenta un gran abanico de su imaginería religiosa, ello me ofrece la oportunidad de escribir sobre el tema de las imágenes. No son pocos las veces que ha surgido un profundo debate con algunas personas de mi entorno sobre el tema.

A veces se nos acusa a los cristianos de idolatría, incluso entre los propios cristianos, con un desprecio marcado hacia las imágenes en las iglesias y la veneración que se les dispensa. A su vez se han impuesto modas donde parece haberse instalado una especie de “fetichismo cristiano”; gente con rosarios colgados al cuello en forma de collar como simples amuletos, camisetas, cruces colgadas en las orejas y tatuajes en lugares del cuerpo que me callo… y en estos tiempos de pandemia hasta en las mascarillas.

Otra de las críticas que les llegan a los católicos por sus imágenes les viene lanzadas de los “hermanos separados”. Esgrimen ser grandes conocedores de los textos bíblicos y no hay mentira en ello; están empapados de sus citas, aunque la manipulación en cada uno de sus párrafos a propia conveniencia sea patente. Se ciñen a sus interpretaciones particulares de la Escritura, dejando caer de forma intencionada la falsedad de que los católicos “adoramos imágenes”, cuando en ningún caso es cierto.

Los católicos solo adoramos a Dios, hay que dejarlo muy claro, otra cosa es la devoción que manifestamos muchas veces en nuestros templos ante una determinada imagen. El gran contraste que merece una “pequeña crítica a ello” es que fácilmente le dedicamos más tiempo a esa imagen que en visitar al Señor en el Sagrario que está presente y con quien realmente podemos hablar, pedir, ofrecer, ser consolados y adorar, teniéndolo al lado. En ocasiones ni una simple genuflexión de saludo, ni siquiera un pensamiento, o una mirada…

Tengámoslo al menos nosotros claro. Las imágenes son meras representaciones artísticas de mejor o peor gusto y factura; pero ni son dioses, ni tienen entidad, ni identidad alguna. Los católicos no adoramos imágenes. Ninguna fotografía que exhibamos en nuestra casa de nuestros seres queridos corresponde a ellos físicamente presentes. Cuantas veces habremos besado alguna fotografía manifestando el amor que tenemos a la persona que está en ella impresa… Creo que el sencillo ejemplo mencionado puede darnos una idea clara de lo que intento explicar.

Son solo signos que nos ayudan al recuerdo y facilitan la oración, aunque hay que dejar también de forma clara que los católicos no necesitamos de imágenes para rezar, pero no cabe duda de que éstas nos ayudan para elevar los sentidos, para visualizar lo invisible, para explicar lo inexplicable con palabras. Por eso se ha usado durante siglos el arte, la pintura, la escultura, etc…, para darse a entender, o incluso para explicar algo. Y eso… ¡no es idolatría!

Como bien dice Santo Tomás de Aquino:

"El culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que nos conducen a Dios encarnado. Ahora bien, el movimiento que se dirige a la imagen en cuanto tal, no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la que es imagen". (Summa theologiae)

En este punto conviene recordar que también, hay mucha confusión en lo que respecta al culto a la Virgen, a los ángeles o a los Santos. Algunos también nos llaman idólatras por eso. Sin embargo, se hace imperativo aclarar de una vez por todas, que la Iglesia Católica venera a los santos, pero no los adora, y a la Virgen, por ser la Madre de Dios, se la tributa una especial veneración. En el catolicismo el término con el que se designa al culto a la Virgen se le llama hiperdulía y el que se otorga para los santos dulía.

Desde la antigüedad la Virgen, los ángeles y los santos han sido invocados como poderosos intercesores ante Dios: el culto que la Iglesia les tributa está dirigido a Dios mismo. Por eso se nos proponen como modelos seguros de vida cristiana. Entre ellos María desempeña un puesto privilegiado, como ya hemos dicho, por ser la Madre de Dios, nuestra Madre y nuestra Corredentora.

Ver una imagen de María o un crucifijo genera actitudes de fe en el corazón: confianza, gratitud, disponibilidad. Reconocer la figura de un santo nos recuerda a nuestros hermanos que ya están en el cielo y al mismo tiempo despierta nuestra esperanza. Quede claro: Los católicos no adoramos imágenes, solo adoramos a Dios.


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