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Nuestra voluntad

Leí la semana pasada una cita del Eclesiástico que no me sonaba de nada y que me hizo detenerme en ella y releerla varias veces: “Ante el hombre está la vida y la muerte, el bien y el mal; lo que cada uno elija, eso tendrá” (Ecl. 15, 17) Sencillas palabras que encierran una gran verdad y que a lo largo de mi vida he podido verificar. Es impresionante el valor de la libertad que tenemos.

Escribe Jorge Ordeig hablando de ello , algo que me impactó fuertemente cuando lo leí : “ La fuerza de la libertad es un misterio tan enorme que, en esta tierra, si Dios quiere una cosa y nosotros la contraria, se hace nuestra voluntad, no la de Dios”. Guuuuau, volved a leerlo por favor porque es algo grande.

Estas dos citas me dieron pie a reflexionar sobre nuestras acciones, cada acto nuestro lleva consigo una consecuencia que inclina la balanza hacia un lado u otro y a su vez repercute en los demás casi siempre. Y como este es un blog de reflexiones sobre mi fe, quisiera detenerme en esa libertad que nos fue dada y que mal usamos en numerosas ocasiones.

Una vez más tengo que hablar de este tiempo pandémico, porque además de los daños físicos en las personas ha tirado por tierra muchas de nuestras seguridades dejando en algunos la sensación de estar en tierra de nadie y hoy tengo que mencionar algo que al menos yo percibo y es que los católicos (al menos en este país) hemos estado muy calladitos, nuestros pastores parecieran temer a los lobos y no los he visto muy en primera fila defendiendo al rebaño.

Intentaré  hablar sin tapujos, sin pelos en la lengua y con el corazón en la mano. Me duele mucho el camino que estamos tomando. Creíamos que el Covid nos haría mejores personas y sin embargo el odio, la envidia, la inquina que tenemos entre nosotros parece ser que es lo que veo asomar. No nos aguantamos unos con otros, no sabemos convivir. Saltamos al mínimo contratiempo o advertencia. Somos egoístas, sólo vamos en consecución del placer propio y el otro, el prójimo, nos importa un comino.

Como consecuencia inmediata de ese egocentrismo comodón y materialista, empezamos a tragar todo y nos hemos vuelto mezquinos, avaros, voraces para con los demás. Raro es el día que no aparece en las noticias la extorsión, la mentira, la puñalada por la espalda, ¿A dónde vamos? al vacío, al abismo, ¿a la nada? ¿Estamos nosotros, poniendo todo el empeño, todo lo que está de nuestra mano, para atajar esta deriva?

¿Qué estamos haciendo los cristianos, ante tamaña tragedia universal? Pongamos el dedo en la llaga, como “creyentes practicantes que nos llamamos”, a veces dejamos mucho que desear. Nuestros pecados de omisión son múltiples; somos tibios, tranquilos, comodones y a veces, muy calculadores. Muchos de los que nos calificamos como discípulos de Jesús, no hacemos nada, por ser fiel espejo de Aquel al que decimos seguir. Nuestra existencia es inoperante, una viña sin fruto.

Nos conformamos con el cumplimiento dominical y poco más y desde que nos dispensaron del precepto a causa del Covid , ya ni siquiera asistimos conformándonos con la TV. Pero también nos olvidamos con frecuencia de orar a diario, de frecuentar los Sacramentos, de reciclar, de aumentar intelectual y espiritualmente nuestra fe con la lectura cotidiana de las Escrituras. Y lo que es peor, dejamos de lado la caridad fraterna con todos los que nos rodean. Hemos dejado de hablar de Dios y nuestro proceder en la vida queda lejos de ser un ejemplo para nadie. Podemos tener fe, sí; pero la fe sin obras, es fe muerta. Y hoy más que nunca, el mundo necesita de la viveza de la fe.

La apatía  también se ha colado en nuestras vidas  la relajación en ciertos sectores de la Jerarquía eclesial,( salvo honrosas excepciones ), donde se ha hecho patente silencios a veces sorprendentes  que muchas de sus ovejas hemos experimentando, sin aliento ni directrices para que el rebaño no se disperse. Alguna de sus acciones han dejado mucho que desear…Porque todas esas omisiones, en mayor o menor grado, se observan también, en aquellos que debieran ser, por vocación, faros luminosos de este mundo. Y no estoy hablando de responsabilidades, porque todos somos Iglesia y todos tenemos parte de culpa, sino de coherencia. “¿Puede un ciego guiar a otro ciego?" (Lc. 6, 39).

No es tarea fácil, solo los que están dispuestos a cambiar, aquellos que apuestan por el bien y el amor pueden tener el coraje de ponerse en camino. Es lo que en esta Cuaresma intentamos profundizar . La caridad me reconcilia con los otros. Lo que doy no es mi superficialidad, sino yo mismo, y esto me devuelve  a una relación correcta con los demás, y esto también constituye un nuevo estilo de vida, centrado no en mí mismo, sino en el prójimo en quien puedo ver a Dios, si solo me esfuerzo un poco.

La conversión no depende de mi buena voluntad, sino de una llamada de Cristo que interrumpe en mi vida en un momento preciso, que me ilumina, me hace desear un cambio en mi vida, de mis actitudes y sus consecuencias, un cambio de mentalidad; me invita a dar un giro total a mi vida, dársela a Él para que pueda usarla para el bien. Es entonces cuando en mi libertad, “mi voluntad se transformará en la suya” ....

Estoy llamado a convertirme en instrumento de ayuda y consuelo a favor de los demás. Que sigamos adentrándonos en este tiempo litúrgico para que nuestras vidas sean la luz que difuminen las tinieblas que ya nos afligen.


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1 comentarios

  1. Dices muchas verdades en este escrito y esas verdades me hacen sentir culpable ya que formo parte de tantos cristianos que viven su fe con mucha frialdad sin dar testimonio de Cristo. Es verdad que hay que amar al prójimo y ahora con esta pandemia más que nunca porque yo creo que si no amamos a los que conocemos es imposible amar a Dios así que cuanto más amemos a los demás más amaremos a nuestro Padre.Saludos

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