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Olvidado


El lunes, asistí a una más de mis visitas rutinarias al hospital. Llegué mucho antes del tiempo previsto y decidí pasarme por la capilla, para tener un momento de oración antes de la cita prevista con el médico. Al salir del oratorio, me encontré formando parte del numeroso gentío que en su trajín acudía a los diversos consultorios donde estaban convocados. Me sentí un poco agobiado y busqué con apremio mi sección para poder sentarme y reponerme. Instantes después, una pregunta me asaltó de improviso sin motivación alguna contemplando ese flujo de personas desconocidas para mí: “¿Han pensado hoy en Dios?”…

Una cuestión fácil de plantearnos también a nosotros mismos: "¿Nos acordamos de Dios?"…Pero algo más punzó mi inquietud en la consulta hospitalaria. El tiempo de espera no dejaba de ofrecerme planteamientos que no buscaba. En esta sociedad que estamos construyendo en el siglo XXI, empieza a percibirse de forma tangible el olvido de Dios. Muchos ya no le tienen  en cuenta, le esconden, se avergüenzan, ya no aparece siquiera en su lista de prioridades, ya lo han desechado… y muchos se atreven a  pregonar orgullosos que" lo han matado".

La impotencia, el desazón de no saber cómo actuar, la impresión de caminar en soledad, la sensación de que solo unos pocos se han quedado acompañando a Jesús en la Via dolorosa, puede conseguir que nos repleguemos, cargados con la losa del desaliento en nuestro rinconcito privado, lamentándonos, convirtiendo nuestra esperanza en abatimiento. Nuestra alegría se transforma en la más triste faceta de nuestro vivir cristiano, por esta congoja que nos produce "ser los excéntricos de turno" por no hacer ni  seguir lo que dictan las mayorías. Una sensación de derrota desbarata nuestro entusiasmo.

Es verdad que a veces nos paralizamos, que no sabemos seguir al creernos solos en el camino, al aceptar “nuestro aparente fracaso”  pensando que nuestra fe es cosa de cuatro gatos, que se esfuerzan en ser fieles luchando contra corriente en un mundo que cada vez quiere engañarnos más. Y en medio de toda esa consideración, me topo con una cita de Mons. Rubén Oscar Frassia que me ha interpelado fuertemente. “Si no tienes entusiasmo, si no tienes pasión, tienes poca convicción. ¡Búscala porque la has perdido! Si la encuentras, estarás convertido. “

Es fácil percatarse que mucho está hablando este mundo y mucho callamos los que deberíamos estar con nuestra antorcha en lo alto de la cima, gritando a los cuatro vientos aquellas palabras de San Francisco de Asís: “El Amor no es amado”. Caigo en la cuenta de que este mensaje cae  como agua de lluvia deslizándose sutilmente en el inicio de la Cuaresma. Demasiadas pistas está dejándome mi razonamiento, para entender por donde debe ir mi camino cuaresmal . Si a ello le añado el mensaje que el papa Francisco nos ha dejado para vivir este tiempo litúrgico  en el ambiente del año de la misericordia, consigue que me atreva también a invitarte a entrar en esta senda llena de ilusión, recuperando el entusiasmo, pasión y convicción que Mons. Rubén nos anima a buscar para convencernos de nuestra conversión.

Tal vez no podamos gritar, pero podemos rezar,  susurrarle a Dios desde lo más profundo de nuestro interior,  que no se canse de nadie, que dé la luz de la fe a todos, que atraiga de nuevo a los que se marcharon, a los que le dejaron, a los que supieron reconocerle en algún momento de su vida, a todos los que dudan, a los que están llenos de respetos humanos, a los que se han rendido.

Existen numerosas ocasiones durante la jornada en las que podemos emprender esta tarea, convertirla en una oración continua.  Existe una fórmula,  que a mí me está funcionando muy bien que se elaboró en mis largas esperas durante las numerosas visitas médicas a las que me toca acudir mensualmente y que es fácilmente aplicable a cuantiosos lugares de índole diversa . ¿Queréis ejemplos? Ahí van:

Cada persona que encontramos por la calle desde que salimos de casa hasta que volvemos a ella, puede ser presentada a Dios para que le abra su corazón, cada hombre, mujer y niño que nos topamos en el transporte que usamos, cada uno que encontramos en nuestro trabajo, cada individuo que está esperando en la misma sala que nosotros, cada corredor con el que nos tropezamos en nuestro recorrido de footing o deportista en nuestro entrenamiento, en las colas de los espectáculos, en la entrada de los grandes almacenes, en el interior del banco o en la peluquería... ¡Tantas ocasiones..., tanta gente, tantas almas para ser presentadas a Dios! ¿Habéis pensado alguna vez con cuántas personas os habéis cruzado a lo largo de toda la jornada?... Cuántos pueden recuperar la luz con nuestro susurro a Dios: “Señor abre su corazón”. ¡A cuántos les puede llegar ese "cambio" por haberlos presentado ante el Creador! ¡Quién lo sabe!...

El papa nos anima a vivir  en esta Cuaresma de una forma especial, las obras de misericordia que la Iglesia nos propone y hay una de ellas, que a mí me atrae mucho y que me demanda una atención particular a ponerla en práctica, tal vez porque  pasa más desapercibida ante aquellas que puedan parecer como más “vistosas hacia el exterior”. Quizá en su sencillez, no sea precisamente la que resulte más fácil vivir, pero que nos puede ayudar a ser constantes en nuestra intercesión por los demás: “Sufrir con paciencia los defectos del prójimo”. 

Que el entusiasmo, la pasión y la convicción se apoderen cada vez más de todos nosotros en esta Cuaresma. Ten la certeza de que la oración toca el corazón de todo aquel por quien oramos.

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