Hay músicas que no entran por los oídos: entran por dentro. Pero claro, eso no se puede explicar con auriculares puestos y el móvil vibrando cada diez segundos.
Hace poco puse Spiegel im Spiegel a un amigo. A los cuarenta segundos levantó la ceja y me soltó: “¿pero esto cuándo arranca?”. Yo sonreí. Lo que no sabía es que justo en ese momento ya había arrancado… el silencio.
Porque sí, esta pieza de Arvo Pärt —ese señor estonio que parece componer desde un monasterio nevado, con más paz interior que toda una app de meditación— no busca ritmo, ni gancho, ni estribillo. Es un diálogo entre un piano que camina despacio y un violín que responde. Y entre ambos, el silencio. Ese mismo silencio que hoy casi da miedo.
No es música para poner de fondo mientras haces scroll ni para “animar el ambiente”. Es más bien una especie de espejo: te devuelve lo que llevas dentro. Si estás inquieto, te sosiega. Si estás en calma, te eleva. Y si estás perdido, simplemente te acompaña sin juzgarte.
A veces pienso que Spiegel im Spiegel es como una conversación entre dos almas que no necesitan hablar para entenderse. Por eso ha aparecido en películas en los momentos más íntimos, cuando ya no hacen falta palabras ni efectos especiales.
Y sé lo que pasa: ves “música lenta” y piensas “uf, eso me duerme”. Pues haz la prueba: siéntate, deja el móvil boca abajo, cierra los ojos y aguanta sin mirar la pantalla durante tres minutos. Si lo logras, ya puedes ponerlo en el currículum: “persona capaz de escuchar sin tocar el teléfono”.
Y sí, sé que muchos jóvenes —quizá tú que lees esto— piensan que esto es “música triste” o “de otro siglo”. Pero te propongo un reto: escúchala entera una sola vez, sin mirar el móvil, sin multitarea, sin distracciones. Solo tú, tus pensamientos y esta melodía que parece suspendida en el aire. Tres minutos. Verás cómo cambia la respiración.
Porque no toda la música tiene que moverte los pies. Algunas, como esta, te mueven el alma. Y te aseguro que, cuando la descubres, se queda contigo para siempre.
Spiegel im Spiegel no adorna, revela. Es música que te invita a bajar el volumen del mundo para subir el tuyo interior. Y si logras conectar con eso, habrás encontrado algo más que una obra maestra: habrás encontrado un refugio.
Así que la próxima vez que alguien te diga “es que no pasa nada en esa canción”, sonríe. Porque justo ahí, en ese no pasar nada, ocurre lo más grande: la paz.
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