Cuando la fe se vuelve una “estantería del súper”
A veces la fe se parece demasiado a “una estantería del súper”. Hay de todo: retiros con nombres poéticos, talleres que prometen paz interior, experiencias “que te cambian la vida”… y nosotros, carrito en mano, paseando entre los pasillos, probando aquí, catando allá, buscando eso que por fin nos llene. Y cuando algo no nos convence, lo cambiamos, igual que quien cambia de champú. No es un post fácil, lo sé. Y lo último que quiero es sonar a juez o a experto iluminado. Escribo porque también me he visto en esa búsqueda inquieta, queriendo sentir a Dios más fuerte, más claro, más “wow”… y acabando agotado de tanto buscar. No pretendo dar lecciones; solo compartir un camino que intento recorrer con los pies en la tierra y la mirada en lo alto.
Cuando la emoción desaparece
No escribo esto para señalar a nadie —bastante he tenido yo mismo con mis propias vueltas—; hablo de esto porque lo he vivido más de una vez, hasta que entendí por qué tanta búsqueda me dejaba siempre con la sensación de que todo se esfumaba más pronto de lo que pensaba. Los sentimientos desaparecían y me encontraba entonces con un vacío extraño, como si la experiencia hubiera sido intensa pero no suficiente para sostenerme en los días normales. Y ahí empecé a darme cuenta de que el problema no era Dios… sino mis expectativas.
Vivimos tiempos en los que todo se cambia rápido: móvil, gimnasio, tarifa, aficiones… comunidades. Si un grupo no me llena, busco otro. Si un retiro no me emociona, salto al siguiente. Y sin darnos cuenta, acabamos mezclando la espiritualidad con la lógica del consumo rápido. Cuando acostumbramos el alma a un nivel alto de intensidad, el silencio —que es parte natural del camino— se vive como un fracaso.
He visto personas tocadas por Dios de forma real y profunda en un retiro, con una certeza luminosa que no se finge. Pero semanas después, cuando la emoción baja (porque siempre baja), ya están buscando otra experiencia que les devuelva la chispa inicial. No porque no crean, sino porque han terminado asociando a Dios con lo que sienten en ese momento. Y claro, cuando la emoción desaparece, parece que Él también. Pero no: simplemente ha dejado de sonar la música de fondo.
Tantos caminos, una misma búsqueda
Dentro de la Iglesia hay una variedad impresionante de caminos: los encuentros de Emaús, los Cursillos de Cristiandad, los Ejercicios ignacianos, los fines de semana de la Renovación Carismática, los Talleres de Oración y Vida, Taizé, los retiros de Betania, los Ejercicios con el Carmelo, las convivencias del Camino Neocatecumenal… Podría seguir, porque la riqueza espiritual es inmensa. Y todos —bien vividos— son auténticos lugares de gracia donde miles han encontrado sanación, consuelo y sentido.
El reto aparece cuando vamos de uno a otro buscando siempre una emoción nueva, como si la vida espiritual tuviera que funcionar en intensidad constante. Los retiros transforman, sí… pero no están pensados para sustituir la vida diaria, sino para iluminarla. Igual que un fin de semana perfecto no sustituye aprender a manejar los lunes.
Cuando la fe no se siente bonita
A veces lo que más nos descoloca no es la falta de emoción, sino el contraste entre lo que imaginábamos que sería el camino de la fe y lo que realmente es. Pensábamos que sería ascendente, lineal, lleno de claridad… y resulta que está plagado de curvas, pausas, retrocesos y días en los que no entendemos nada. Pero es justo ahí donde Dios trabaja con más delicadeza, porque dejamos de apoyarnos en nuestras sensaciones y empezamos a apoyarnos en Él.
Conviene recordar algo que no solemos decir en voz alta: la fe no siempre se siente bonita. A veces es torpe, áspera, incómoda. A veces no vemos respuestas, no sentimos paz, no percibimos avances. Y sin embargo, seguimos. Y ese seguir a tientas, ese avanzar sin claridad, ese amar sin emoción… suele ser el lugar donde la fe madura de verdad.
La vida espiritual no es un parque de atracciones. Hay días luminosos, días planos, días nublados y días en que uno querría bajarse del vagón. Días en que la oración fluye como un río, y días en que decir “Señor, estoy aquí” cuesta más que cargar un saco de piedras. Y aun así, Él está. No solo en los fuegos artificiales, sino también en los silencios que parecen no decir nada.
Echar raíces: la fe que permanece
Cada vez estoy más convencido de que la fe adulta crece cuando dejamos de perseguir sensaciones y empezamos a echar raíces. Las raíces no se mueven: se quedan. No buscan el viento: buscan la tierra. Y en la tierra, no siempre hay emoción, pero sí alimento. La mesa puesta con cuidado, la oración distraída pero sincera, la Misa vivida sin grandes sensaciones, el pequeño gesto que nadie ve… todo eso sostiene mucho más que cien impulsos esparcidos al azar.
Dios no nos invita a una carrera de experiencias, sino a una relación. Y las relaciones profundas no viven de impulsos constantes, sino de permanencia: de decir “sí” cuando todo vibra… y también cuando todo se apaga. Amar no es sentir mariposas; amar es quedarse. Amar es seguir incluso cuando el alma está en silencio.
Por eso Jesús no buscó gente que viviera de subidón en subidón, sino discípulos capaces de permanecer. Capaces de atravesar días raros, días rutinarios, días silenciosos. Capaces de confiar más allá de la emoción. Capaces de caminar cuando la fe se vuelve tranquila, discreta, poco espectacular.
No escribo este post para criticar a quienes buscan, prueban, exploran o participan en distintos carismas. Ojalá todos buscáramos más y mejor. Solo es una invitación a respirar: a no confundir movimiento con profundidad, emoción con presencia, intensidad con madurez. A recordar que Dios también está en lo normal, en lo discreto, en lo que no cambia rápido.
A recordar que Él no se aleja cuando no sentimos nada; simplemente nos invita a caminar más hondo. Como quien apaga la música para hablarte más bajito, más cerca, más al corazón.
Quizá la fe más pura no sea la que vibra más, sino la que persevera más.
Quizá la oración más verdadera no sea la que emociona, sino la que sostiene.
Y quizá la madurez espiritual no consista en sumar experiencias, sino en aprender a quedarse donde Dios ya habló.
7 comentarios
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Es verdad que es necesario buscar para encontrar el carisma dentro de la variedad de movimientos de Iglesia, que sobre todo mejor te comprometa y complete en tu crecimiento de Fe y ademas con la que tu aportes para que otros conozcan a Dios. Pero tienes toda la razon en que no puedes pretender que siempre tengas que buscar y sentir la emocion a flor de piel, porque efectivamente y como bien dices, al que tienes que buscar y con quien tienes que sostenerte es con el Amor infinito de Dios, a traves de Jesucristo resucitado, con la intercesion siempre de su madre la Santisima Virgen Maria y que te ilumine el Espiritu Santo.
ResponderEliminarJavier, completamente de acuerdo. Si la fe dependiera de sentir mariposas en el estómago todo el rato, algunos días estaríamos listos. Menos mal que Dios no funciona como la batería del móvil: aunque no vibremos, sigue encendido 😄. Gracias por tu comentario.
EliminarCómo me ha gustado Angel y qué gran verdad expones con tanta delicadeza y con tanta razón. Nos movemos en el mundo de los sentimientos, de las apetencias y parece que cuando esto no da resultados nos sentimos vacíos, incluso perdidos… nos desanimamos, dudamos y buscamos por otros lados hasta volver a la sentir la “emoción” de turno.
ResponderEliminarY esto no debería ser así, me gusta mucho cómo lo dices al final del post: … “Y quizá la madurez espiritual no consista en sumar experiencias, sino en aprender a quedarse donde Dios ya habló.”
Ese es para mi es el camino, como dice San Juan en el Ap 2, 4 “…has dejado enfriar el amor primero”.
Ahí es donde tengo que volver una y otra vez, perseverando siempre, como Jesús dijo en el evangelio de ayer “CON VUESTRA PERSEVERANCIA SALVAREIS VUESTRAS ALMAS”.
La constancia en la vida de fe, la oración, vivir la Gracia, frecuentar los Sacramentos… no perder nunca de vista el horizonte que marca nuestra ruta en la vida. Mi destino es el cielo, soy ciudadana del cielo que, de momento, peregrina en la tierra.
Muchas gracias Angel por hacerme una vez más reflexionar y pararme un poco.
Un fuerte abrazo.
Emma, gracias por escribir así, con verdad y sin adornos. A veces vamos por la vida como si lleváramos un detector de “emociones fuertes” en el bolsillo: si no vibra, nos entra la prisa por buscar otro sitio donde todo suene a estreno. Le pasa a quien comienza un grupo con mucha ilusión y, cuando se apaga la novedad, piensa que ya no es su lugar… y después de dar unas vueltas acaba descubriendo que también existen días tranquilos en el mismo hogar.
EliminarY no solo ocurre en lo espiritual. También sucede en amistades que parecen intensas mientras hay planes, pero al llegar la calma nos desconcierta; o en proyectos que empiezan brillando y luego nos parecen demasiado normales, como si lo normal no valiera, a veces no toca salir corriendo detrás del próximo “subidón”, sino quedarse donde uno estaba y respirar. Abrazo grande
En mi experiencia Angelo es mucho más sencillo. A Dios se le encuentra en el susurro del viento y principalmente de rodillas. Frente al Santísimo, es ahí en ese momento donde todo lo demás es accesorio, los retiros, los cursillos, las emociones fuertes de fe. En mi experiencia donde más lo encuentro a El es de rodillas en el altar en silencio. Un abrazo muy grande amigo.
ResponderEliminarsoy Ramon, de nocheoscuradelalma
EliminarRamón, muchísimas gracias por lo que compartes. Se nota que hablas desde algo muy vivido, no desde teoría.
EliminarEs verdad que, cuando uno se queda en silencio ante Jesús presente en la Eucaristía, todo lo demás pierde peso: métodos, propuestas, planes… Ahí ya no hace falta mucho discurso, basta dejarse mirar y sostener por Él.
En el post yo me centraba más en otras experiencias, pero fondo, fondo, el corazón es ese: volver siempre a ese encuentro sencillo y desnudo con Dios, donde uno ya no necesita pruebas ni emociones especiales.
Te agradezco de verdad ese recordatorio y ese testimonio.
Un abrazo muy grande, amigo.