Entre el ruido de algoritmos y el brillo fugaz de los “likes”, a veces apetece volver a un lugar más humano: una mesa con silencio y palabras que se quedan. De eso va este regreso: encender otra vez la chimenea de un blog, sin prisa ni aderezos, para encontrarnos donde aún importa lo que se dice y lo que se escucha.
El regreso a un blog personal en tiempos de influencers
Hace casi tres años, con más cansancio que ilusión, decidí cerrar este blog. Fue una decisión meditada, nacida del desgaste personal y de una salud que pedía calma. Además, el panorama digital parecía inclinarse hacia un lugar que no era el mío: los influencers, los youtubers y las redes sociales dominaban la conversación. Muchos compañeros blogueros que admiraba se habían pasado a esos nuevos formatos, y tuve la impresión de que los blogs personales eran ya un tren que había pasado.
El regreso inesperado
Recuerdo que entonces varios me dijeron: “volverás a escribir”. Yo estaba convencido de lo contrario. Sentía que aquel capítulo estaba cerrado. Pero los caminos de la existencia, tan expertos en giros inesperados, me lo demostraron. Bastó con que una pequeña brasa quedara escondida bajo la ceniza para que, al soplar el viento, volviera a arder. Y aquí estoy de nuevo.
Por qué un blog personal sigue teniendo sentido
Hoy me doy cuenta de que escribir aquí nunca fue un simple pasatiempo, sino una forma de ser y de estar en el mundo. La escritura me resulta más natural que el ruido audiovisual o el vértigo de los segundos contados en un reel.
Al retomar estas páginas me he encontrado con algo inesperado: un recibimiento lleno de afecto y calor humano. Los mensajes y palabras de ánimo me han recordado que detrás de cada visita hay alguien real. Esa fidelidad vale más que cualquier estadística.
Y entre esos mensajes, varios lectores —movidos por el entusiasmo y el cariño— me han animado a ir más allá, a dejar que mis textos lleguen a más personas. He sentido en cada uno de ellos un deseo genuino de bien, una confianza que me honra. Les agradezco de corazón su mirada generosa, porque no hay mayor halago para quien escribe que saber que alguien desea compartir su voz con otros. No hay en mis palabras un “no” a esa invitación, sino un “sí” distinto: el de permanecer fiel a la manera en que entiendo este espacio.
Un refugio donde las palabras respiran
Sigo creyendo que la belleza de un blog está precisamente en su sencillez. Publico con libertad, sin estrategias ni algoritmos que me dicten cuándo o cómo hacerlo. Es un lugar íntimo, donde las reflexiones llegan sin intermediarios ni filtros, donde las palabras pueden respirar sin la prisa de las métricas ni el peso del rendimiento.
Aquí todo se ofrece sin registro ni condiciones. Quien llega puede entrar y quedarse, o marcharse sin aviso. Es como una casa con la puerta entornada: un rincón tranquilo que no pretende deslumbrar, sino acompañar.
No escribo para crecer ni para medir audiencias, sino para sembrar. Escribo desde el regalo, no desde el cálculo. Y este blog, tal como lo llevo, es el terreno perfecto para eso: un pequeño refugio donde las palabras brotan sin precio, sin etiquetas y sin pretensión.
Blogs frente a redes sociales: lo que permanece
Mucho se dice que hoy la gente ya no lee, que todo debe ser breve y espectacular. Es verdad que la rapidez manda en este mundo digital, pero muchos buscan lo contrario: un lugar de calma, un espacio donde las palabras no se evaporen en 24 horas. Un blog personal es precisamente eso: un refugio en medio del ruido.
Siempre lo he pensado así: los influencers son como fuegos artificiales. Brillan con intensidad, pero se apagan rápido. Un blog, en cambio, es como una chimenea encendida: su calor permanece y siempre hay un hogar al que volver.
Mi blog no va de likes
Hoy muchos viven pendientes de seguidores, de corazones rojos y de algoritmos que premian lo vistoso. Te piden un “sígueme” para darte algo que en realidad debería ser gratuito.
Este rincón es distinto. Aquí no hay publicidad; varias empresas me lo propusieron y me negué en rotundo. “Gratis lo recibisteis, dadlo gratis” (Mt 10,8). No hay recompensas tras un clic. Lo que publico está abierto para quien llegue, sin trueques ni barreras. Y todo lo que aquí aparece no necesita que me pidáis permiso para difundirlo: podéis llevaros lo que queráis.
No busco números, busco encuentro. No quiero likes, quiero que algo de lo que leas aquí te acompañe cuando cierres la pantalla.
La autenticidad como valor
No quiero con esto despreciar a los influencers ni a quienes se expresan en otros formatos. Muchos realizan una labor valiosa: motivan, inspiran, enseñan y llegan a lugares a los que quizá un blog nunca podría llegar. Algunos, incluso, están haciendo una labor evangelizadora admirable, llevando esperanza y fe a rincones donde antes solo llegaba ruido. A todos ellos los aliento de corazón a seguir en esa tarea, porque cada palabra que siembra bien, sea en un blog, en un vídeo o en una red social, deja su huella en el alma de alguien.
En mi caso, me reconozco más en el ritmo de la escritura, en la pausa de las palabras leídas despacio, en ese encuentro íntimo que un texto permite.
Leer despacio, escribir con calma
Leer no es un gesto mecánico: es abrir la puerta a algo que se instala dentro de nosotros. Por eso creo que leer en un blog, con calma, permite interiorizar mejor lo que se transmite.
El mundo nos empuja a lo inmediato, pero lo que de verdad cambia nuestra vida suele llegar de lo pausado. Un buen libro, un poema, un artículo escrito con sinceridad… no entran en tromba, sino que se van quedando poco a poco. El blog es un lugar donde se puede leer despacio, sin la prisa del siguiente “scroll”.
Escribir como resistencia
Escribir obliga a parar y ordenar ideas; leer, a dar tiempo a esas palabras. Y en ambos casos sucede algo valioso: nos reencontramos con nosotros mismos.
Me gusta pensar que este blog se parece a esas veladas de invierno en las que alguien enciende la chimenea, se acomoda en un sillón y deja que el tiempo corra despacio. No hay prisa ni espectáculo, solo la serenidad de estar presente.
La autenticidad nunca caduca
Lo que queda no es lo que se consume rápido, sino lo que se digiere lentamente. Lo que nos acompaña no es la chispa pasajera, sino la llama constante.
Después de quince años de camino, me doy cuenta de que sigo sintiéndome en casa al escribir aquí. Y si algo he aprendido es que la autenticidad nunca caduca. No importa cuántos formatos aparezcan ni desaparezcan: las palabras sinceras siempre encuentran su lugar.
Una invitación a los blogueros
Quiero dar las gracias de corazón a quienes me habéis animado desde que volví a abrir este rincón. A los que comentáis, a los que escribís en privado y también a los que leéis en silencio. Todos sois parte de esta historia, y sois la mejor prueba de que un blog personal sigue teniendo sentido en medio de tanto influencer.
Escribo este post pensando en aquellos amigos blogueros que un día se rindieron, o en quienes han perdido la motivación. Os invito a volver a abrir vuestro blog: siempre habrá alguien que os lea y quizá vuestras palabras dejen huella.
En mi escritorio tengo escrita una frase de Jesús que me acompaña cada vez que publico algo: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17,10). Y quizá de eso se trata: de ofrecer lo poco o lo mucho que tenemos, sin esperar más recompensa que la certeza de haber sembrado.
No sé cuánto tiempo más estaré escribiendo aquí. La vida da muchas vueltas, y lo aprendí bien cuando pensé que no volvería. Pero mientras tenga fuerzas y ganas, y si Dios quiere, aquí seguiré, con la chimenea encendida. Porque lo auténtico, aunque vaya despacio, siempre permanece.
Hay prisas que apagan, y hay pausas que encienden. Este rincón quiere ser de las segundas: un lugar donde el tiempo no corra, sino que acompañe.
Y yo me pregunto:
¿No será que, en medio de tanto ruido, lo que más necesitamos es un rincón donde arda una llama sencilla?
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1 comentario
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Me encanta este post Angel, me gusta ese toque de sensatez y autenticidad que siempre aportas.
ResponderEliminarTus escritos, reflexiones y recomendaciones siempre ayudan, siempre aportan, siempre suman.
Estoy totalmente de acuerdo que vivimos en el mundo de la inmediatez, todo rápido y vertiginoso, demasiado… pero qué importante es pararse, saborear momentos de calma, un agradable paseo, una lectura interesante, una buena música, una conversación sincera… tantas cosas que a veces no le damos el valor que tienen y que son chutes de vida.
Gracias Angel por volvernos a recordar lo que de verdad importa y gracias por seguir manteniendo viva la llama de este blog que contiene verdaderas joyas que no pueden quedar en el olvido. Un fuerte abrazo!