
A veces el día se nos va entre pantallas, prisas y pequeñas urgencias que mañana ni recordaremos. Antes de seguir en automático, te propongo un alto: mirar qué cosas dejan huella y cuáles solo hacen ruido. De ahí nace esta reflexión.
Hay frases que son como un fogonazo. No necesitan adornos ni grandes discursos porque ya de por sí encierran toda la fuerza del mundo. Una de ellas me atrapó hace poco. Es del Papa León XIV, y dice sencillamente:
“No malgastéis la vida.”
Un alto en medio del ruido
Tres palabras, nada más. Y sin embargo, tienen la capacidad de desmontar cualquier excusa, cualquier autoengaño, cualquier justificación con la que solemos entretenernos. No es un consejo amable tipo “aprovecha el tiempo”, ni una frase motivacional de esas que se cuelgan en pósters junto a una montaña nevada. Es un aviso directo, casi un grito de alarma: no malgastéis la vida.
La escuchas y de inmediato te preguntas: ¿y yo, la estoy gastando o la estoy invirtiendo? Porque, seamos sinceros, la mayoría de nosotros vivimos como si tuviéramos un crédito infinito de tiempo. Pensamos que ya habrá otro día, otro mes, otro año para hacer lo que de verdad queremos, para pedir perdón, para abrazar más, para arriesgarnos, para vivir con coherencia. Pero no es verdad. La vida no es un videojuego con vidas extra ni una serie con temporadas garantizadas. Es única, irrepetible, y se nos escurre entre las manos más rápido de lo que creemos.
El espejismo de la libertad total
Miremos alrededor. En la tele, en las redes, en la publicidad… todo parece empujarnos a pasar las horas de cualquier manera. Se nos invita a consumir más que a pensar, a distraernos más que a reflexionar, a vivir hacia fuera más que hacia dentro. Y caemos, claro que caemos, porque el envoltorio es atractivo: memes, vídeos cortos, música pegadiza, series infinitas. El problema no está en reírnos un rato o disfrutar de una buena historia, sino en que muchas veces convertimos el “pasar el rato” en una forma de vida. Y entonces la alarma de León XIV resuena más fuerte: no malgastéis la vida.
Camina un día cualquiera por la calle. Verás grupos de amigos reunidos en una cafetería, pero cada uno pendiente de su móvil. Verás parejas que apenas se miran porque están ocupadas mirando lo que otros publican. Verás jóvenes y no tan jóvenes que se graban bailando mientras la vida real les pasa de largo. Y ojo, no hablo como un cascarrabias, que también disfruto de la tecnología. Hablo como alguien que siente que corremos el riesgo de gastar nuestra vida en capítulos que mañana ni recordaremos.

Elegir lo que deja huella
El individualismo se ha colado en lo más hondo de nuestra cultura. Vale más la foto de un acto solidario que la solidaridad en sí. Vale más la apariencia de felicidad que la alegría real. Y claro, lo difícil es ir contracorriente. Lo fácil es dejarse llevar por la corriente de lo que todos hacen. Lo difícil es pararse a pensar: ¿qué hago con mis días?, ¿qué estoy sembrando en mi historia?, ¿qué legado quiero dejar?
No malgastar la vida significa atreverse a decir que no a ciertas cosas. Decir que no a la superficialidad, al consumismo sin fin, a las horas vacías frente a una pantalla. Pero también significa decir que sí: sí a la amistad verdadera, sí al compromiso, sí a la coherencia entre lo que creo y lo que vivo. Y aquí está la clave: la libertad auténtica no es hacer lo que me apetece en cada momento, sino elegir lo que de verdad me construye.
Lo sé: esto suena a contracultura, casi a rareza. Pero ser raro, hoy en día, puede ser un signo de que no estás malgastando la vida. No se trata de encerrarse en una burbuja ni de ir por ahí con aires de superioridad. Se trata de vivir despiertos, de no dejarnos hipnotizar por lo que brilla un rato pero se apaga enseguida.
Y sí, también hace falta humor para reconocernos. Porque es cierto que decimos que no tenemos tiempo y luego lo gastamos decidiendo qué filtro usar en una foto. Que nos quejamos de que la vida es corta y después hacemos cola media hora por un café con leche de soja en vaso biodegradable. Que repetimos frases como “hay que disfrutar cada momento” y luego pasamos tres horas discutiendo en un chat sobre quién tenía razón en una tontería. Somos un poema viviente de contradicciones.
La frase de León XIV, tan breve y tan punzante, es como un despertador que no puedes apagar. Nos recuerda que cada día es un regalo, y que desperdiciarlo en cosas vacías es un lujo que no nos podemos permitir. No se trata de obsesionarse ni de vivir con miedo a perder el tiempo. Se trata de enfocar, de elegir bien, de apostar por lo que deja huella.
No malgastéis la vida. Es un aviso, pero también una invitación. Una invitación a amar más, a reír de verdad, a ayudar sin necesidad de aplausos, a mirar a los ojos, a saborear lo sencillo, a pelear por lo justo, a sembrar lo bueno. Una invitación a ser libres, no esclavos de lo que dicta la corriente. Una invitación a remar aunque cueste, a nadar contracorriente si hace falta, a no conformarse con flotar sin rumbo.
Porque, al final, lo único que quedará no será cuántos likes acumulamos, ni cuántas series vimos completas, ni cuántos objetos atesoramos. Lo que quedará será el amor que dimos, la verdad con la que vivimos, las vidas que tocamos. Y eso, créeme, nunca será un desperdicio.
Y yo me pregunto:
¿estoy gastando mis días en cosas que dejan huella o los estoy desperdiciando en lo que se esfuma sin más?
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1 comentario
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¡¡Gracias por este recordatorio!! A veces uno se deja arrastrar por lo superficial sin darnos cuenta, y viene bien parar un segundo y recordar lo que realmente importa :)
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