Uso cookies para darte un mejor servicio.
Mi sitio web utiliza cookies para mejorar tu experiencia. Acepto Leer más

Contando hasta sesenta y tres

Hace unos días estaba en el parque con  una de mis nietas. Estábamos jugando cuando, de pronto, me preguntó con toda la naturalidad del mundo:

-Abuelo, ¿cuántos años tienes?

-Sesenta y tres —le dije, sin pensarlo mucho.

-Me miró con esos ojos redondos como lunas, frunció el ceño un poco, y dijo:¿Esos cuántos años son?

-Pues muchos —le respondí riéndome.

-¿Más que cinco? —me preguntó, alzando las cejas y poniendo cara de experta, como si acabara de descubrir algo importantísimo.

-Sí, bastantes más.

-¡Jo! ¡Entonces seguro que te sabes todos los cuentos!

Y ahí me soltó algo que, sin saberlo, me dejó clavado en el suelo. Porque a esa edad, todo lo que pasa de los dedos de la mano es infinito. Después quiso contarlos conmigo, sin dejarse ni uno.
-Venga, abuelo, dime: uno… dos… tres…

A los veinte ya me estaba arrepintiendo de haber empezado. A los treinta, le pregunté si no prefería pintar. A los cuarenta, pensé en fingir un calambre. Y cuando llegamos a los sesenta y tres, ella me aplaudió como si acabara de ganar una carrera.
- ¡Abuelo, has vivido un montón! —dijo, y después añadió, muy orgullosa “Los míos se cuentan rapidísimo: uno, dos, tres, cuatro… ¡y ya!”

Y yo, que hasta ese momento no lo había pensado así, me quedé callado. Porque tenía razón. Y también porque me di cuenta de algo más: que la vida se nos escapa volando, y que muchas veces no somos conscientes… hasta que alguien con cuatro años y una lógica completamente suya te lo pone delante con una simple frase.

Por la noche, al acostarme, me vino a la mente la anécdota del día y mis pensamientos comenzaron a ponerse en marcha. En esos sesenta y tres años ha habido de todo. Alegrías inmensas, de esas que te hacen sentir invencible. Dolor profundo, del que te deja mudo por dentro. Conocí personas inolvidables y otras que, sinceramente, hubiera preferido no conocer. Algunos me enseñaron lo que era el amor incondicional. Otros, lo que nunca más quiero permitir en mi vida.

Perdí a gente que amaba más de lo que sabía decir. Algunas se fueron sin despedirse. Otras partieron dejándome lecciones que entendí años después. También anduve por jardines prohibidos, como quien entra sabiendo que algo puede salir mal, pero no puede evitar la tentación. Hay caminos que parecen de flores, pero esconden espinas. Porque todo deja huella, incluso lo que uno quisiera borrar.

A veces creemos que la vida es eterna. Que siempre habrá un mañana para llamar a alguien, para perdonar, para empezar de nuevo, para decir "te quiero". Pero el tiempo no espera, no retrocede, no pregunta si está bien seguir. Él sigue. Y muchas veces, nosotros no. No hay vida sin sombra, ni historia sin capítulos oscuros. Y si tuviera que empezar a ordenar todo eso, creo que lo haría desde la gratitud. Porque incluso en los peores momentos, el tiempo me ha dejado algo: una lección, una señal, una razón para seguir.

Hoy veo a la gente correr. De acá para allá. Trabajar, producir, mostrar, aparentar. Todos, con agendas llenas y corazones vacíos. La gente vive acelerada como si hubiera un premio al que llegue antes a ningún lado. Se olvida de respirar, de mirar a los ojos, de compartir un silencio sin que incomode. ¿Y sabes qué es lo peor? Que muchos se están perdiendo la vida por vivirla a destiempo. Todo tiene que ser rápido. Inmediato. Amores exprés. Amistades con filtro. Decisiones basadas en algoritmos. La paciencia es casi una palabra en extinción. Y esperar, confiar, contemplar… eso ya suena a cosa de abuelos, ¿no?

Pero tal vez, solo tal vez, los que peinamos canas (o ya no peinamos nada) entendimos algo: que el tiempo no es un enemigo, sino un maestro. Que hay que escucharlo, no desafiarlo. Y que cada día es un regalo con fecha de vencimiento. Porque el tiempo pasa, sí. Pero lo que no se vive, no vuelve. Los "lo hago mañana" se acumulan como ropa sin lavar. Y llega un punto en el que uno tiene que preguntarse: ¿qué estoy haciendo con mi tiempo? ¿Lo estoy invirtiendo o simplemente lo estoy dejando correr?

No vine a dar recetas mágicas, ni a soltar frases de autoayuda como un coach de moda. Solo quería compartir algo que, sin esperarlo, se me quedó dentro tras aquel juego con mi nieta. Su respuesta, esa exclamación tan sencilla —dicha con asombro y sin ninguna pretensión— se me quedó rebotando por dentro durante días. Como un eco suave, pero insistente: “Has vivido mucho…”

Y en esos momentos en los que paro, en los que el silencio me alcanza, me descubro dándole vueltas a una pregunta que no siempre me había atrevido a plantear: ¿Qué he aprendido de todo lo vivido? Y sí, puedo contestarme. No todo, pero sí lo más esencial:

Aprendí que los errores no se borran, pero se pueden perdonar. Que las decisiones tienen consecuencias, pero también enseñanzas. Que los abrazos no caducan, y que a veces, un "perdón" llega tarde, pero igual alivia. Que la vida es una mezcla perfecta de risas y lágrimas, y que no hay que desperdiciar ninguna.

Aprendí que hay silencios que dicen más que mil palabras, y palabras que hubieran sido mejor dejar en silencio. Que no todo se soluciona, pero muchas cosas se aceptan. Que hay personas que llegan para quedarse, y otras que se van justo cuando más falta hacen. Ambas enseñan. Y aprendí que uno no envejece por sumar años, sino por dejar de ilusionarse. Que nunca es tarde para empezar algo nuevo, pero sí puede serlo para seguir postergando lo que de verdad importa. Pero también me queda mucho por vivir. Y eso… depende de mí. Porque el tiempo no avisa. Solo pasa. Y lo único peor que envejecer… es no haber vivido de verdad. Pero mientras haya luz en los ojos y latido en el pecho, siempre queda un rincón de vida por estrenar.

Y tú, que has llegado hasta aquí…Quién sabe, quizá después de leer esto te dé por contar tus propios años. Pero con calma, ¿eh? Que no hay prisa… salvo por vivir.

 

8 comentarios

  1. Querido Angel: puffff me ha tocado mucho, porque cuánto te ves así en primera línea de salida, que el metro cada vez más corto… los días pasan que vuelan, te pones a pensar la de cosas que te quedan por hacer….que da un poco de vértigo.
    Pero sí, yo también creo que el secreto es vivir en clave de agradecimiento, por todo y por tanto y vivir el día a día con la misma intensidad como si fuera el último de nuestra vida, y nunca dejar que la vida nos viva.
    No hay nada más triste que pasar sin pena ni gloria, como bien dices al final de tu preciosa reflexión… siempre queda un rincón de vida por estrenar.

    Muchísimas gracias un abrazo muy fuerte!,,

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Querida Emma : Gracias por tus palabras, tan llenas de verdad y emoción. Me siento muy identificado con lo que dices —ese vértigo al mirar hacia adelante y al mismo tiempo atrás, sintiendo que el tiempo se nos escurre entre los dedos. A veces asusta, sí, pero también nos recuerda que cada día es un regalo.
      Vivir con gratitud, como dices, es una forma poderosa de resistir la apatía, de encontrar belleza incluso en lo cotidiano. Y sobre todo, no dejar que la vida pase de largo, sino vivirla con conciencia, con ganas, con amor.
      Ese rincón de vida por estrenar… ojalá nunca dejemos de buscarlo.
      Un abrazo grande,

      Eliminar
  2. Estimado Ángel, leerte, es algo lleno de sabiduría, me alegro de tus 63 años, tu linda nieta con la inocencia y con su juego, contar... uno, dos...
    Agradezco infinito, a ese Dios que sonríe conmigo, el mismo Dios es el que deja cada noche una pregunta en mi corazón; ¿qué hacemos con todas aquellas personas que no tienen esta misma suerte? Y cada noche, entonces, es también llamada a la frontera de mi suerte, de mi propio privilegio. El privilegio de haber nacido en la cara amable del mundo.


    La frontera del privilegio está llena de incongruencias, de injusticias, de vidas a medias. Una frontera por la que si dejamos cabalgar al Mal Espíritu quedará sembrado el desasosiego, la desesperanza, y la frustración. Qué fácil me es acostumbrarme, y qué necesario se vuelve adormilar el sentido de la incomodidad cuando a veces el mundo no deja de gritar de manera desgarradora.


    Pero si por el contrario somos capaces de transitar esta frontera con la mirada compasiva, el recuerdo agradecido y el corazón enamorado, brotará un deseo. Un deseo que arderá en la esperanza, en la fuerza, en el coraje. Ojalá cada noche, al cerrar la puerta o los ojos, sintamos la pregunta nacer y deseemos atravesar esa frontera y así entregarnos al verdadero privilegio, el de amar; para darle la vuelta al mundo y que su cara amable se vislumbre desde todos los lugares.

    Un fuerte abrazo... te leo, siempre!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Querida Toñi:
      Tu mensaje me ha tocado el alma. Lo he leído despacio, como quien no quiere perderse ni una sílaba, ni un suspiro. Gracias por poner en palabras lo que tantas veces sentimos pero no siempre logramos nombrar: esa mezcla de gratitud profunda y de inquietud que nos mueve por dentro cuando reconocemos el privilegio en el que vivimos, y nos preguntamos qué hacemos con él.
      También yo me siento cada noche interpelado por esa pregunta que mencionas. No es fácil mirar el dolor del mundo sin que duela, sin que cale hondo. Y sin embargo, es necesario. Porque solo desde ahí —como tú tan bien dices— puede brotar el deseo verdadero de amar, de acompañar, de transformar, aunque sea a pasos pequeños, aunque sea empezando por nuestro rincón.
      Gracias por esa mirada tan lúcida y tan compasiva. Gracias por leerme con tanto cariño, y por recordarme que no estamos solos en esta búsqueda. Que hay corazones como el tuyo latiendo con fuerza del otro lado de la palabra.
      Un abrazo sincero y lleno de gratitud.

      Eliminar
  3. Querído Angel ¡Sí te ha dado en qué pensar tu nieta!, qué buena meditación nos compartes.
    A mí me sorprende bastante seguir aprendiendo y aprendiendo. Cuando no repasando lo que creía aprendido. Y alucino cuando echando la mirada atrás me doy cuenta de qué poco sabía cuando era joven y creía que sabía. Dios me está dando tiempo para mejorar, menos mal. Necesito que me deje por aquí más tiempo.
    Estoy de acuerdo contigo en todo.
    “Hay que esperar, confiar, contemplar” ¿Cómo se puede vivir acelerados? mal
    En concreto “los errores no se borran, pero se pueden perdonar” es una de las enseñanzas más importantes de la vida. ¿Cómo se puede vivir sin el perdón? La misericordia que recibimos y la que ofrecemos nos hace posible seguir con nuestra vida esperanzados.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Qué alegría leer tus palabras! Me has hecho sonreír con eso de “cuando era joven y creía que sabía”… ¡ay, si nos hubieran dado un espejito retrovisor para ver el alma entonces! Pero claro, quizá no habríamos aprendido tanto sin tropezar un poco (o bastante).
      Tienes toda la razón: Dios, en su infinita paciencia, nos va regalando tiempo, lecciones y —menos mal— una buena dosis de misericordia. Lo del perdón… es como el aire para el alma. Sin él, la vida se nos vuelve un peso imposible de llevar.
      Y sí, vivir acelerados no es vivir, es correr sin saber hacia dónde. Esperar, confiar, contemplar… ahí está la clave, aunque a veces nos cuesta soltar el acelerador del ego y agarrar el volante de la esperanza.
      Gracias por tu comentario tan profundo y lleno de verdad. Me anima saber que no camino solo en este aprendizaje continuo.
      Un abrazo fuerte y agradecido,

      Eliminar
  4. Y que bueno es tener en todas nuestras etapas, siempre a los niños cerca, son los niños con su forma de entender el mundo quienes mejor nos dan la oportunidad de mirar y hasta de contar de otra manera...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mento, ¡Qué cierto lo que dices! Los niños son como espejos mágicos: reflejan lo esencial sin adornos, sin juicios, con una frescura que desarma. Tenerlos cerca es como asomarse a una ventana abierta al asombro, al juego, a la verdad dicha sin rodeos (y a veces con una puntería que ni los sabios).
      Nos enseñan a ver lo grande en lo pequeño, a contar las cosas de otra manera… ¡y vaya si lo logran! Basta con escuchar una de sus preguntas para que se nos desarmen las certezas y se nos encienda la ternura.
      Sí, bendito el que tiene niños cerca —en casa, en la memoria o en el corazón— porque ahí la vida se renueva.
      Gracias por recordarlo con tanta belleza.
      Un abrazo lleno de gratitud,

      Eliminar

Te invito a dejar tu opinión .Sepamos ofrecer lo mejor de nosotros. Bienvenida la crítica, acompañada siempre de la cortesía.