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REINVENTA TU VERSIÓN


Hace pocos días visioné un documental atraído por el título del mismo : "No te Mueras: El Hombre que Quiere Vivir para Siempre" (Netflix). En él se presenta alguien como una exploración de la inmortalidad. Para mí ha sido  decepcionante y una  experiencia superficial y narcisista. Centrado más en el deseo egoísta de eternidad del protagonista que en una reflexión profunda sobre el significado de la vida, la narrativa se queda en una línea liviana y superficial, carente de base filosófica o científica sólida. En lugar de explorar el impacto ético y social de la inmortalidad, el documental se pierde en un mar de autoindulgencia, ofreciendo un discurso más cercano al culto a la personalidad que a una genuina introspección sobre la condición humana.

A su vez buscando algunos libros para regalar en estas fiestas, me sorprendí de la cantidad de ellos que nos muestran a los que se les llama “coaches” un término que reconozco haber aprendido hace poco tiempo, al verlos aparecer tan frecuentemente en las redes.  Además en mi anterior post fui un poco “dramático y tenebroso” según algunos de los que me leen, así que hoy pongamos un poco más de salsa y zambullirnos en el fascinante mundo de los 'coaches', esos personajes que han aterrizado en nuestra vida moderna con la sutileza de un elefante en una tienda de porcelana, pero con una promesa arrolladora: hacernos avanzar en la vida. Y para eso primero hay que responder a lo que busqué para enterarme : ¿Qué es un Coach? 

Imaginemos entonces a unos guías como modernos alquimistas, transformando intenciones en acciones, deseos en metas. Un coach, se dice, es un compañero en el arte de vivir mejor, un estratega que susurra a nuestro oído para conquistar las colinas del logro personal. Laboral, salud, economía, disciplina, hobbies, eternidad, hay para todo tipo donde elegir.

Nos invitan a desplegar las velas del trabajo constante, se preocupan de que no termines gastando todos tus ahorros en café, como si fuera la única fuente de energía. O de que te levantes antes que el gallo para maximizar tu productividad, olvidando que algunos cerebros funcionan mejor después del mediodía. También sugieren que bailes en reuniones sociales como si estuvieras en un musical de Broadway, independientemente de tus habilidades rítmicas. Y te aconsejan convertir tus hojas de cálculo en obras maestras de organización dignas de admiración. Todo esto, para ayudarte a encontrar el camino hacia tu mejor versión, como si la vida fuera un manual de instrucciones tan sencillo como armar un mueble de Ikea. Y confieso que tienen su atractivo; encienden en uno unas ganas enormes de seguir sus consejos y aventurarse en el emocionante camino hacia el constante mejoramiento personal.

Y no nos olvidemos de los que prometen hacer realidad todos tus sueños. Como dice el viejo refrán, "no todo lo que brilla es oro". Y es aquí donde empezamos a ver que, tras esta fachada motivadora, hay una preocupante superficialidad, un enfoque algo deslumbrante en la economía personal y una carrera por el cuerpo perfecto que podría convertir una visita al gimnasio en una misión imposible. No es una crítica a todos ellos porque algunos son muy interesantes y ofrecen sus consejos con gran humildad y empatía. Pero hecho en falta algo esencial: ¿ Y qué hay de nuestros Valores?

A pesar de la impresionante expansión de los coaches en nuestra sociedad, hay un área que parece quedar relegada al fondo, como el último calcetín en el cajón: el crecimiento interior. Pocos son los que realmente se ahondan en ayudarnos a crecer como personas, y menos aún los que hablan de valores como la empatía, que nos permite conectar profundamente con las emociones de otros; la solidaridad, que nos impulsa a apoyar y respaldar a quienes nos rodean; la compasión, que nos mueve a actuar para aliviar el sufrimiento ajeno; la humildad, que nos recuerda nuestras propias limitaciones y nos hace valorar a los demás; el altruismo, que nos inspira a poner las necesidades de otros por encima de las propias. Y tampoco podemos olvidar valores como la amabilidad, la paciencia y la generosidad, que enriquecen nuestras interacciones cotidianas. La lista de valores sería extensísima para dar infinidad de conferencias sobre ello.

Estos son valores que verdaderamente nutren nuestra alma y otorgan sentido a nuestras vidas. Es como si la fórmula de un buen coach consistiera solo en brillo y destellos, pero careciera de la esencia genuina de la humanidad. Todo se centra bastante en lograr el éxito y en proyectar una imagen de vida perfecta e impecable ante el mundo. Es como si algunos nos animaran a escalar la montaña de la realización personal con puro esfuerzo y determinación, como si esa fuera la única cima que vale la pena alcanzar, promoviendo un voluntarismo extremo que ignora las circunstancias y el impacto en los demás, como si el cambio solo dependiera de nuestra fuerza individual y no de la red de conexiones y apoyos que también son esenciales en la vida real.

Estos ideales de perfección visual tienden a alimentar un ciclo de comparación y consumismo que nos aleja de la verdadera conexión humana y del crecimiento personal auténtico, fomentando un enfoque que enfatiza únicamente el esfuerzo individual y pasa por alto la importancia de nuestras interacciones y el apoyo mutuo en el tejido social.

Detrás de cada imagen cuidadosamente filtrada hay una realidad que, con frecuencia, se omite. En vez de ser pasos hacia un futuro socialmente enriquecido, estas imágenes a menudo son simples pantallas de humo que distraen de la esencia de lo que realmente importa en el tejido social y humano. Así que, mientras escuchas a esos coaches que hablan con tanta convicción, recuerda que el verdadero brillo no se encuentra solo en sus palabras persuasivas sino en las acciones y valores que cultivamos día tras día.

Así que la próxima vez que alguien escuche las sirenas de los coach proclamando promesas de éxito total, recuerda que, detrás de todo el brillo y los consejos encantadores, es crucial alimentar nuestra faceta más humana.

En conclusión, la moda de los coaches es tan diversa como un buffet libre de opiniones, pero no olvidemos lo esencial: que ser una mejor persona no siempre necesita un manual, y no hay nada más valioso que ser tú mismo, con todos tus líos, defectos y risas. 





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