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Eclipse mundial


Nadie puede negar que estamos en tiempos complejos, leyendo diversas opiniones sobre la actualidad. Es palpable el clima de pesimismo que domina en los articulistas que los firman, cuando no la machaconería de meternos si o sí un alarmismo radical, sin rendija para que la esperanza asome. Como decía al principio estamos en tiempos recios, y la mayoría coincide en que la humanidad jamás se ha encontrado con un cúmulo de dificultades semejante.

¿Quién iba a decir que nos tocaría vivir una pandemia por la que aún atravesamos? El hombre y sus avances tecnológicos se han ido subiendo cada vez más, da vértigo el grado que ha alcanzado de creerse autosuficiente y todopoderoso para afrontar cualquier contrariedad, negando velada o públicamente, la innecesaria acción de un Dios, para algunos inexistente, al que cada vez más, se han apresurado a apartar de cualquier actividad humana.

Por más que se empeñan en hacernos creer lo contrario, las soluciones puramente humanas, no logran encontrar respuestas eficaces a los actuales problemas que se nos plantean. ¿Cómo superar esas crisis, que ya se pueden calificar de permanentes, en la que se ha perdido hasta la capacidad de esperanza de poder salir de ellas?

Hoy mi reflexión está dirigida a los que nos llamamos cristianos practicantes, no por relegar a los que no se consideran así, porque a los que han apartado a Dios de su vida, a los que no quieren ni siquiera conocerlo, a los que se empeñan en esa aparente  prepotencia y orgullo de creer que pueden "acabar con Él" mi planteamiento de hoy les resultará vacío y sin interés alguno. 

Yo como creyente, aún no desdeñando las soluciones que la técnica o la ciencia pueda aportar, estoy convencido de que la respuesta está en una reconversión resuelta a Dios. Percibo ese pesimismo  actual que llega a rozar el abandono incluso de la fe en numerosos católicos, miembros de una Iglesia que parecen olvidar quien la guía, y donde está , el Camino, la Verdad y la Vida. 

Nos hemos olvidado de Dios y además, las soluciones se presentan mucho más complicadas porque nosotros mismos somos los enemigos. Estamos anestesiados, atontados y alienados con el ambiente. Mientras que la mayoría ha preferido medir sus acciones a través de principios éticos antropocéntricos, que nosotros mismos hemos elegido, los que nos llamamos creyentes, no pasamos de practicar nuestras creencias solo de puertas para dentro y en muchos casos viviendo un cristianismo a medida.

Queremos algunas cosas del evangelio, pero no todo el evangelio. Llamamos a Cristo el príncipe de la paz, pero luego queremos la paz sin el príncipe. Queremos la gloria sin cruz, la gracia sin ley, no queremos rendir cuentas, los beneficios sin responsabilidades, las bendiciones sin disciplina, el cielo sin el infierno... en definitiva queremos a Dios sin su ley y sin su santidad. Queremos el evangelio con sus bendiciones, pero sin sus demandas. Y esta forma de actuar, ni evita crisis, ni la incertidumbre y angustia que provoca, ni esta es manera de vivir la fe como Dios quiere y el momento demanda.

La iglesia así, parece estar retrocediendo a la oscuridad, contagiándose del eclipse mundial donde Dios y hombre, parecen ser elementos irreconciliables. Urge una revolución que debe empezar por nosotros mismos. La iglesia de Dios no admite medias tintas, tenemos necesidad de Él y emprender la recomposición del hombre en clave suya. No se trata pues, de practicar un cristianismo de " cumpli - miento" simplemente "de domingo y fiestas de guardar" sino de transformar nuestra vida radicalmente, las veinticuatro horas del día y los 365 días del año. ¡Siempre!

Es hora de pasar del "católico practicante", que ya huele a naftalina, al " católico coherente". No están los tiempos para pasteleos, omisiones, tibiezas, ni falsos respetos humanos. Hay que sacarse el corazón del pecho y entregarlo sin condiciones; hay que involucrarse, relacionarse y anunciar con hechos y palabras el gran tesoro que tenemos y que no es solo nuestro.

¿Con cuantas personas nos cruzamos, nosotros mismos, a lo largo del día?, ¿Cuántas conversaciones (serias) tenemos con los que nos rodean?, ¿Hablamos de Dios con ellos, o nos limitamos a mantener  un insulso e intrascendente cambio de impresiones? Deberíamos "meter a Dios" en nuestros contactos, igual que está en nuestra vida. Si está llena de Dios, rebosaremos Dios por nuestros poros.

Si lo que queremos es "cambiar este mundo" no podemos quedarnos a medias, en este tiempo de gran convulsión social, tenemos que ser radicales en nuestra coherencia con la fe que profesamos. Nos pueden tachar de fanáticos o de pirados, pero si dejamos una buena semilla en algunos... 

No es tiempo de perezosos, comodones ni carcamales, es tiempo de valentía, de renovación donde difundir el mensaje de Jesús con palabras, con gestos, hechos, obras y vivencias, en definitiva, de cohesión que arrastre y convenza, sin miedos ni complejos.

Acabo con una de mis citas anotadas en mi libreta que suelo tener presente, esta vez de Charles Spurgeon

“Que el sermón principal de tu vida lo predique tu conducta”.


 

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1 comentarios

  1. Cuanta razón lleva tu texto.La frase me ha gustado muchísimo y así deberían de ser todos los sermones.El vídeo me ha encantado y hasta me ha emocionado.Saludos

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