Uso cookies para darte un mejor servicio.
Mi sitio web utiliza cookies para mejorar tu experiencia. Acepto Leer más

Disponibles

Seguro que alguna vez hemos recibido una “llamada de auxilio” por parte de un amigo , y estoy convencido también que en otras hemos sido nosotros los que la hemos efectuado. Nuestra entereza a veces no resiste el embiste exterior que cualquier acontecimiento en nuestra vida puede asaltarnos y necesitamos reclamar ayuda ajena.

Decía Alejandro Dumas .” Hablar de los propios males es ya una consolación” se necesita para ello que haya alguien al otro lado con disponibilidad para abrirse y escuchar, la comunicación se basa en el intercambio, si en lugar de encontrar un oído atento nos encontramos de frente a un muro cerrado en los propios pensamientos, correremos el riesgo de sentirnos más solos todavía. Para consolar no basta intentar sentir el propio dolor del otro, se necesita presencia, soporte, pero antes como condición indispensable saber escuchar.

Creo que caemos , en un error muy común que es el de lanzar a quien pide ayuda, numerosos recursos para que se agarre, tantos que el que necesita uno solo, no sabe dónde asirse. Es muy propio de personas de fe, recurrir a cuantiosas citas espirituales de la Biblia o de santos ofreciéndolas como bálsamo, y no tengo duda de su fuerza consoladora, pero no siempre se percibe de igual forma por la otra parte quien también es conocedora de mucha de las frases que le son ofrecidas, y que en ese momento no le han servido para serenar su angustia. Seamos sinceros, cuando buscamos consuelo humano, esperamos disposición, comprensión, silencio cercano. Para  poder confortar, como decía anteriormente, es necesario escuchar.

Estamos tan acostumbrados a hablar que hemos olvidado como escuchar: no simplemente oír, sino escuchar de verdad. La escucha empática es un arte que pocos practican y no significa únicamente estar atentos a lo que nos dice el otro, sino poner el propio ego apartado para encontrar un huequecito en nuestra vida donde acoger al otro sin juicio alguno. Y digo sin juzgar, porque a veces basta que simplemente nos diga que está necesitado de consuelo, para crear de antemano en nuestra mente, todo tipo de suposiciones que a menudo etiquetamos como negativas o culpables.

Escuchar, acoger, aceptar permite al otro ser y expresarse con libertad; darle espacio y al mismo tiempo estar con y para él , hacerle sentir nuestro apoyo. Podríamos pensar que basta tener la voluntad de ayudar, pero no es tan fácil como nos parece. Se necesita conciencia, cercanía, abertura, empatía y paciencia, dones que no siempre sabemos desarrollar.

No hay peor sensación que abrir el corazón a alguien para darse cuenta que mientras hablamos, el otro se ha perdido en sus pensamientos o manifiesta unos deseos irrefrenables de avasallarnos con “las citas y consejos” que antes mencionaba. Estar presente, aquí y ahora, con el otro, es la primera regla fundamental para llegar a escuchar y ayudar. Y cuando digo presente no necesariamente tiene que ser de forma física, todos sabemos que en la distancia también nos unimos de forma muy real. “Yo estoy aquí por ti” significa que estoy concentrado en el presente, en el intento de acoger todo aquello que eres y permitirte expresarte con toda libertad y sin juzgarte.

No juzgar es quizás el punto delicado a la hora de escuchar porque muchas veces lo hacemos sin darnos cuenta, sobre todo si combinamos el concepto de dolor con el de error; y así nos irrita el pequeño juez sabelotodo mientras frente a nosotros hay una persona que nos muestra su sufrimiento.

Para no caer en la trampa del juicio, es necesario entender que la experiencia que está viviendo el otro es parte de su historia personal, y no la nuestra, por lo que de nada sirve pensar en cómo pudimos haber reaccionado en su lugar porque en su lugar, nosotros ignoramos lo que haríamos , por muy claro que lo tengamos en ese momento. Cuantos consejos hemos dado y cuando nos ha tocado vivir algo parecido se nos han olvidado todos para aplicárnoslos a nosotros.

Pienso que cuando alguien acude a nosotros para ser escuchado y seguramente buscando consuelo nuestra primera actitud tendría que ser la de despojarnos de nosotros mismos, acudir a su encuentro totalmente despojados del ego que menciona al principio de este escrito y absorber como una esponja todo aquello que el otro quiere compartir con nosotros.  Párate un momento, parece sencillo y fácil. ¿Cuántas veces has escuchado de verdad, sin juzgar?…

“Quien no te quiere oír, no te escucha, ni siquiera si gritas. Quien te quiere entender, te entiende incluso si no hablas”


También puede gustarte

2 comentarios

  1. Son muy pocas las personas dispuestas a escuchar pero sin embargo a la hora de hablar no hay quién les calle.Me quedo con la última frase por ser muy cierta.Saludos

    ResponderEliminar
  2. "Quien te quiere entender, te entiende incluso si no hablas"
    Y si no hablas y quien , en teoría , te quiere entender , no da muestra alguna de acogida ni siquiera a los silencios, ¿cómo?, ¿de qué manera manifiesta el amor, las ganas de entender, la compañía?.
    ¿No se crea entonces un pozo de silencio insondable entre ambos?
    Ese silencio por parte de quien quiere entender solo puede ser potestad de Dios porque Él, aun en silencio esta presente, aún en silencio acompaña, aún en silencio nos guía. Pero una persona que dice entender, que quiere estar disponible, que ora por otro... si verdaderamente entiende sus silencios ... tiene que romperlos si no quiere que lo que verdaderamente se rompa es el corazón del que aun en silencio espera consuelo...

    ResponderEliminar

Te invito a dejar tu opinión .Sepamos ofrecer lo mejor de nosotros. Bienvenida la crítica, acompañada siempre de la cortesía.