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Corazones de piedra


Es triste y desolador cuando descubres a personas con un corazón rencoroso que les hace pensar que su odio hará que el otro se sienta mal. No llegan a darse cuenta que solo a sí mismos se dañan. El odio y el rencor son dos sentimientos muy profundos, que cuando están muy enraizados en el interior terminan por dañar la mente y el propio organismo, porque todos los sentimientos negativos que se prueban, sobre todo si se nutren durante años, terminan por volverse contra uno mismo causándole mucho sufrimiento.


Un profundo resentimiento hacia alguien que se basan en la necesidad de decir algo que nunca fue capaz de expresarse, al menos no con la intensidad deseada. La persona, en un cierto sentido, está desilusionada y genera en su mente una serie de ideas negativas hacia quien tiene como objeto de su "odio". Estado de angustia que se prolonga en el tiempo que se arrastra haciéndolo intervenir en todos los ámbitos de la vida. Se cambia el humor, se pierde la confianza en los demás, cambian las actitudes e incluso se altera el tipo de trato que reservamos para los que nos rodean. Alguna vez creo que todos en mayor o menor medida lo hemos probado o cuando menos lo hemos experimentado cuando nosotros hemos sido ese objetivo. 


Pero no quiero postear sobre ello. Solo pretendía una introducción para compartir un escrito que leí esta mañana, de Jose Mª Olaizola que acierta una vez más en las palabras que ofrece para reflexionar.


LA GRAVEDAD DEL ODIO

La gravedad del odio,

atrapa a quien se deja

engullir

por cantos de venganza.

Su rencor echa raíces

en historias congeladas.

Se alimenta de ignorancia,

impone el desprecio,

decreta la ira.

Atrapados en su ley,

nos atrae irremisiblemente

con la fuerza del corazón de piedra

que paraliza vida y materia.

Doblados por su peso

caminamos encorvados,

sin mirarnos,

cuando podríamos desafiar

a las nubes.

Vivimos aplastados

sin saberlo,

creyéndonos dueños

de veredictos y tribunas.


Qué suerte

atisbar,

en un instante de lucidez,

la liviandad de la ternura.

Qué enorme

atrevimiento,

reconocer

nuestra porción de noche.

Qué apuesta tan audaz,

la de la coherencia

con las propias sombras.

Qué descubrimiento,

la belleza distinta.

Qué inusual,

pedirle permiso

a la verdad para

pronunciar su nombre.

Volamos a un palmo del suelo,

sin darnos cuenta,

cuando nos liberamos

de la gravedad del odio.

José Mª Olaizola SJ

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3 comentarios

  1. Dios nos ayude a no ser rencorosos y a alejarnos del odio.Saludos

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  2. El odio es un sentimiento tan destructivo que cuanto más lejos se esté de el, más feliz seremos, como dice JMª R Olaizola, entonces “volaremos a un palmo del suelo” muy ligeros de equipaje.
    No más odio, no más resentimientos, no más rencores... más amor, más perdón, más empatia... y a donde no llegue yo, llegará el Señor, capaz de hacer posible, lo imposible si lo pedimos con fe, constancia y esperanza.
    En Él todo lo podemos porque es Él quien nos conforta.
    Gracias Angel! Un abrazo!
    Feliz finde!

    ResponderEliminar
  3. Estimado Ángel, una vez más tu reflexión es acertada, estamos viviendo tiempos llenos de corazones de piedra y me entristece, me aturde mirar a un lado y a otro,tener la sensación de no comprender nada.

    Me alegro mucho de saber que sigues por aquí, te leo con calma y siento que me haces bien, gracias!!!

    Un fuerte abrazo y Dios te bendiga.

    Comparto un texto de José María Rodríguez Olaizola, es especial, una persona llena de compromiso con los demás y mucho de Dios, le admiro.

    CONFLICTOS

    Vemos, y no miramos.
    Oímos, y no escuchamos.
    Juzgamos sin conocer.
    Atacamos sin comprender.
    Ponemos la etiqueta
    e ignoramos el rostro.
    ¿Qué nos está pasando, Señor?
    ¿Cuándo elegimos
    esta ceguera
    que nos distancia,
    esta sordera
    que nos aísla,
    esta violencia
    que nos agota?
    Devuélvenos la luz, la voz, el gesto
    para salir al encuentro del hermano.
    Acércanos,
    que esta guerra silenciosa
    nos va devorando por dentro.
    Enséñanos al fin tu paz,
    tan necesaria.

    José María Rodríguez Olaizola

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