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Yo quisiera ser así


Os hablé hace pocas semanas de mi experiencia en los retiros de Emaús, manifesté mi conciencia del cambio interior que en mí se produjo, y sigo sorprendiéndome de la nueva comunidad fraternal con la que me he topado y los diversos dones que voy percibiendo en cada uno de los que me van acompañando en este encuentro más cercano con Dios. Esta nueva etapa, me sirve de reflexión para el post de hoy. Existe un deseo que estoy convencido que la gran mayoría de nosotros ha codiciado alguna vez a nivel espiritual, ante la evidencia de algo grande que vemos en los demás. Por poner un ejemplo: Viendo el entusiasmo, la alegría, el gozo de gritar piropos a la Virgen, o de expresar con fuerza contagiosa la convicción y jovialidad de proclamar que seguimos a un Cristo vivo, o ante actos de humildad y sencillez, o la simpatía y buen humor que se derrama hacia los demás, o… Que larga puede ser la lista de tantas cosas buenas y extraordinarias con las que podemos encontrarnos vividas por el prójimo.

Deseo que manifestamos diciendo: “Yo quisiera ser así”, acompañándolo a veces de una pequeña capa a la que llamamos “envidia sana”, al no encontrar las palabras adecuadas para expresar nuestra alegría, en lo que oímos o vemos, que nos anima y alienta al encontrar esas virtudes en los demás. Pero estos días reflexionando en varias ocasiones sobre ello, tomo conciencia de que lo de la “envidia sana” no es tan impoluta como a primera vista podría parecer, y es que la envidia por pequeña y por muy mona que se la quiera poner no deja de ser envidia. Lo de sana puede encajar al no expresar mejor nuestro sentimiento que consideramos no perjudicial para el otro.  Sería algo así como el deseo sin malicia de tener lo que otro tiene, muy diferente de cuando experimentamos la “envidia de verdad” donde notamos sus garras dañinas en ese sentimiento de tristeza o enojo que percibimos por no tener o desearíamos tener para nosotros solos algo que otro posee.

Pero mi entrada de hoy no pretende ser negativa ni hablar de envidia, sino todo lo contrario, mi propósito tiene la intención de compartir la alegría de que somos únicos e irrepetibles y que cada uno de nosotros, ha recibo unos dones especiales que nos asemejan a Dios, reconociéndolos podemos glorificarle y utilizarlos para el bien de todos los que nos encontramos en nuestro caminar.

Cuando uno llega en su vida a experimentar de verdad el amor de todo un Dios por cada hombre que Él ha creado, cuando uno cae en la cuenta de que cada alma ha estado en el pensamiento de Dios desde su origen, de que ha insuflado “algo especial” en cada uno, es cuando se percibe la pequeñez y a la vez la grandeza de lo que es ser un ser humano. “Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1 Corintios 4:7).

Estamos en una etapa de grandes progresos técnicos, inventos maravillosos, pero nada puede compararse a que lo más prodigioso de este mundo es un ser humano. Basta presenciar el nacimiento de un niño para darse cuenta, de que las palabras desaparecen para dar paso a la contemplación y admiración de la obra del Creador. Los que han sido padres saben que se llega hasta las lágrimas ante el gozo incontenible, cuando ven nacer a sus hijos . A Dios nadie le gana en originalidad, no hace dos gotas iguales, ni dos hojas exactas, ni siquiera podemos encontrar una huella idéntica de nuestros dedos en otra persona.

Ojalá nuestra “envidia sana” dominara más en este mundo, pero la realidad nos muestra que estamos  muy pendientes de lo que el otro tiene y de lo que carezco yo , y ahí empieza nuestro desasosiego. No nos gusta lo que vemos en nosotros. Los flacos quieren un poco más de grasa, los gordos ya no saben que hacer, para lograr esos cuerpos que los anuncios publicitarios nos muestran como lo perfecto para ser felices, las rubias quieren ser morenas, las morenas rubias, los de pelo rizado, lo quieren liso y viceversa, los bajos quieren ser altos y los altos querrían unos cuantos centímetros menos para poder sentarse y acostarse en cualquier cama. Los jóvenes quieren vivir como adultos y los adultos tienen nostalgia de la niñez. Tantas y tantas cosas que tenemos y no vemos, tanto anhelo de virtudes ajenas que nos olvidamos de las que Dios ha puesto en nosotros. Alguien me dijo hace muy poco tiempo : “¿Y que don me ha dado a mi?...

Me hubiese gustado ver físicamente a los doce apóstoles, tengo la convicción de que todos nos sorprenderíamos, al verificar que nada tienen que ver como los hemos imaginado en nuestra mente. Estoy convencido de que había algún guapo y feo, seguro que algún calvo y otro con melena, algún que otro rellenito y el flacucho de turno, simpáticos y gruñones, impetuosos y calmados… algo podemos intuir por lo que dicen los evangelios de la actuación de alguno de ellos.

No lo dudes. En este mundo solo hay un ser como tú y lo que aportes a los demás solo tú lo entregarás. Nadie es perfecto, y lo sabemos con certeza, tenemos mil defectos y desperfectos, ¡todos! No se salva nadie, de tener roturas .Y gracias a ello, somos únicos, somos diferentes. Tienes que creer en ti, aceptar todo lo que tienes y lo que eres. Nuestra importancia no radica en nuestra apariencia. Aquellos que nos quieren de verdad, saben ver en nosotros toda la riqueza que Dios ha puesto en nuestro ser, saben quitar el envoltorio para saborear lo que hay dentro, conocen lo más hermoso y lo que brilla con fuerza para sentirse atraídos hacia nosotros. Saben que en el corazón de nuestra alma, se encuentra la perfección de Dios.

Una visión equivocada de si mismo, ha hecho que muchos se hundieran en la miseria llegando en ocasiones a un final desgraciado de sus vidas. El ataque brutal que esta sociedad lanza contra las imperfecciones de los demás, han hecho caer en una total falta de autoestima y desaliento destructor, que les ha impedido descubrir lo que de bueno y positivo les fue entregado. “Eres precioso a mis ojos, digno de honra, y yo te amo” (Isaías 43:4).

Dejemos de compararnos con los demás, descubramos todo lo bueno y hermoso que Dios ha puesto en cada uno de nosotros, pidámosle que nos ayude a ver todos los dones con los que nos ha bendecido

Tengo una frase anotada en mi libreta especial del P. Jean Lafrance con la que me gustaría acabar esta reflexión y que se resume en una bonita petición a Dios: “Señor, haz que yo me vea tal como soy y tal como tú me ves.”

Os dejo con un vídeo de alguien al que seguro alguna vez habréis visto por la red. La llaman la mujer mas fea del mundo… Tras leer su primer libro (Sé bella, sé tú misma) y escuchar algunas de sus conferencias, os aseguro que las etiquetas de belleza que los cánones de esta sociedad ha colocado a muchos, están totalmente equivocadas.

¡Que tengáis un feliz día! 

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4 comentarios

  1. Me uno a tu petición. ya conocía a esta gran mujer que me confirma lo que ya sabía: La belleza de las personas está en su alma.Saludos

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  2. es impresionante que esta mujer, con tantas dificultades, haya sido capaz de vencerlas en cierto modo, convirtiéndose en una oradora motivacional, en escritora de éxito y siga adelante en su propósito de luchar y vencer.
    Ha dicho que ora, eso me ha alegrado mucho. Espero que sea a Jesús y que el Señor la bendiga más y más, para que también descubra que toda su fortaleza interior le viene de Él.
    Gracias, Angel, como siempre, un post muy interesante.
    Dios te bendiga

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  3. ya conocia a esta mujer...que Dios elige para elevar las bellezas destruidas...la belleza está en el interior y esta mujer la supo ver!!! gracias Angel

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  4. Te copio la frase
    “Señor, haz que yo me vea tal como soy y tal como tú me ves.”
    Gracias, 😉😚

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