Ese joven enorme y fuerte
Fotografía : Giorgio Dante |
Hoy es una de esas fiestas que siempre me gusta celebrar, y no porque sea mi onomástica sino porque se ensalza la figura de nuestros ángeles custodios. Ojalá siempre seamos conscientes de que tenemos un ángel a nuestro lado, resguardándonos en todas las cosas que hacemos, recordándonos que debemos continuar creyendo en los días más radiantes, encontrando caminos para nuestros deseos y proyectos, para llevarnos a hermosos lugares, dándonos esperanza. Ojalá seamos conscientes de que tenemos a alguien tomándonos cuando caemos, fortaleciendo nuestros sueños, inspirando nuestra felicidad, tomando nuestras manos y ayudándonos a través de todo. Ojalá siempre seamos conscientes de que tenemos un ángel a nuestro lado.Tan fácil de olvidar, porque no le vemos.
Existen muchas historias sobre la acción de los ángeles en las personas. Os dejo con una que el hermano del protagonista le contó al P. William Wagner.Esta sucedió en Chicago durante la época de la gran Depresión económica (1930-1933)
Muy temprano en la mañana, el doctor Brown fue bruscamente despertado por el insistente timbre del teléfono. Cogió, medio dormido, el auricular. Una voz áspera y tensa le habló de manera suplicante:
-"¿Es usted el doctor Brown?"
-"Sí, soy yo".
-"¡Por favor, venga usted tan rápido como pueda, se trata de un asunto de vida o muerte!"
-"¡Sí, ya voy…! Pero, ¿dónde vive usted?
-"En la calle Alan núm. 17. ¡Por favor, venga inmediatamente!
El doctor Brown se vistió de prisa, tomó sus cosas y se dirigió a la calle Alan. Qué soledad se sentía conducir solo y de noche por las vías oscuras. El lugar al cual se dirigía se encontraba muy apartado del centro, un barrio en el que nadie se podía sentir seguro, ni siquiera durante el día.
El doctor Brown encontró con facilidad la casa; ésta no colindaba con otras. Le llamó la atención que no hubiera ninguna luz prendida. Se acercó a la puerta y golpeó. Luego de una pausa, volvió a tocar, pero no hubo respuesta. Por tercera vez, volvió a golpear, y una voz brusca preguntó:
-"¿Quién es?"
-"Soy yo, el doctor Brown. Recibí una llamada de urgencia. ¿Es esta la calle Alan núm. 17?"
-"¡Sí, pero nadie lo llamó a usted. Lárguese!"
Al irse, comenzó a buscar en la misma calle alguna casa en donde hubiese una luz encendida, a fin de encontrar dónde se necesitaba realmente alguna ayuda. Pero al ver que todo estaba sumido en la oscuridad, se reprochó a sí mismo, porque pensaba que había anotado un número errado, o que quizá se trataba de una broma de mal gusto. De todas maneras, no le quedó más remedio que volver a su casa, y como no volvió a recibir la llamada, se olvidó pronto del caso, hasta unas semanas más tarde en que recibió una llamada -esta vez de día- del servicio de urgencias del hospital. La enfermera le explicó que un tal John Turner, que se encontraba en estado crítico luego de haber sufrido un grave accidente, solicitaba con urgencia al doctor Roberto Brown.
-"¡Doctor, por favor apúrese! El señor está a punto de morir y no nos quiere decir por qué quiere hablar precisamente con usted".
El doctor Braun prometió que iría de inmediato, aunque estaba seguro de no conocer a ningún John Turner, lo cual fue confirmado por el mismo moribundo:
-"Doctor Brown, usted no me conoce, pero debo hablar con usted antes de morir, a fin de pedirle perdón. Usted seguramente se acordará de la llamada urgente que recibió hace un par de semanas, ya bien entrada la noche."
-"Sí, pero…"
-"Era yo. Sabe usted, hace varios meses que no tengo trabajo. Vendí todas las cosas de valor que había en mi casa y pese a ello no conseguía alimentar a mi familia. No podía seguir viendo las miradas suplicantes y hambrientas de mis hijos. En mi desesperación, decidí llamar, en medio de la noche, a un médico. Mi plan consistía en matarlo, robar su dinero y vender su instrumental."
Aunque el doctor estaba paralizado de miedo, no pudo menos que replicarle:
-"Yo llegué a su casa; pero entonces, ¿por qué no me mató?"
-"Yo pensé que usted vendría solo, pero cuando vi a su lado a ese joven enorme y fuerte, me dio miedo hacerlo, razón por la cual lo despedí bruscamente. ¡Por favor, perdóneme!
-"Sí, claro" –murmuró aturdido el doctor Brown.
Un estremecimiento le corrió por la espalda. No tenía la más mínima idea de que lo que había considerado como un descuido enojoso o como una burla perversa, era en realidad una trampa mortal, de la cual se había librado por un pelo. Y mucho menos intuía que su Ángel de la Guarda (a quien luego de recapacitar había reconocido en el hecho) le hubiese salvado la vida aquella noche, pues aquel "joven enorme y fuerte" sólo se le había aparecido a su potencial asesino, que ahora, moribundo, le pedía perdón.
Con cuanta frecuencia nuestros Ángeles nos protegen de muchos daños, sin que seamos conscientes de ello.
4 comentarios
Zorionak!! ;)
ResponderEliminarUn cariñoso saludo :)
Una bonita y extraña historia. Muchas veces me olvido de ese angel guardián que vela por mí y al leer esta entrada me lo has hecho presente y he recordado que en alguna ocasión ha sido precisamente mi angel el que me ha salvado de alguna situación inesperada y dificil.Saludos cordiales
ResponderEliminarQué bonita historia, ya había escuchado alguna vez, otras parecidas.
ResponderEliminarEs preciosa la presencia del ángel de la guarda, reconozco que no reparó mucho en ella, la olvido con facilidad, no tengo mucha costumbre. Intentaré encomendarme más a el.
FELIZ SANTO!!
Un abrazo!
Me gustó mucho.
ResponderEliminarGracias, Ángel, y feliz día.
Un abrazo.
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