El encanto perdido de escribir una carta

Hombre escribiendo una carta en una mesa de madera
Un recordatorio cálido y divertido para volver a escribir cartas de verdad, con alma y papel, en tiempos de emojis.

Hay costumbres que parecían eternas… hasta que llegaron las pantallas y se las tragaron con un “clic”. Entre ellas, una que me sigue fascinando: escribir cartas. Sí, esas de papel, con letra humana, tachones y margen torcido. Esa liturgia que convertía un “te pienso” en algo que se podía tocar.

Antes uno elegía el papel (con olor a jazmín, si eras de los románticos empedernidos), buscaba una mesa tranquila y se lanzaba al abismo de poner el alma en palabras. Cada trazo era una declaración, cada firma un abrazo. Y si te equivocabas, nada de “Ctrl+Z”: se tachaba, se respiraba hondo… y se seguía.

Hoy todo son emojis. Mandamos un corazón y creemos que eso sustituye a un “te echo de menos”. Escribimos “jajaja” y ya ni recordamos cómo suena una risa verdadera. Vivimos a golpe de mensaje que se autodestruye antes de que el corazón lo entienda. Y, sin embargo, algo en nosotros sigue pidiendo lo mismo: dejar huella. Decir algo que permanezca cuando el móvil se apague.

Recibir una carta era todo un acontecimiento. Ver tu nombre escrito a mano, notar el relieve del bolígrafo, imaginar las manos que la doblaron… eso sí que era magia. Un pedazo de alma viajando por correo ordinario. Y luego venía el ritual: abrir el sobre con cuidado, oler el papel (sí, el papel olía), leer despacio, releer, guardarla en una caja que terminaba siendo museo de emociones.

Manos doblando una carta para guardarla en un sobre

Por eso, mi propuesta de finde es sencilla: escribe una carta. No un correo, ni una nota en el móvil. Una carta. Con bolígrafo, papel y corazón. Puede ser una felicitación navideña, un “gracias” pendiente o una carta a ti mismo dentro de diez años. No importa si tu letra parece la de un médico con prisa: lo que cuenta es la pausa, el gesto, el cariño que se derrama entre líneas.

Y si además decides enviarla, descubrirás algo aún más valioso: que probablemente la persona que la reciba nunca haya tenido una carta escrita solo para ella, con emociones de verdad dentro. Y eso, créeme, puede marcarle el día… o la vida.

Porque escribir despacio es otra forma de pensar. Y porque, seamos sinceros: una carta escrita a mano vale más que cien notificaciones parpadeando.

Venga, valientes: a ver si seguís sabiendo escribir una carta… o ya solo os manejáis con los emojis. 😉 Yo, de momento, cada vez que abro mi buzón solo encuentro el polvo que se cuela por la rejilla. A este paso, limpio más buzón que cartas leo. Pero quién sabe… igual este diciembre alguien se anima, y entre tanto polvo aparece un sobre con mi nombre y olor a papel recién estrenado.

Porque a veces basta una carta —una sola— para recordar que seguimos sabiendo sentir… aunque lo hayamos olvidado un poco.

Raphael con Rozalén - La Carta (en directo)
Actuación en directo de Raphael con Rozalén interpretando “La Carta”.
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