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Una carta para leer


En una de las llamadas telefónicas que recibí la semana pasada, mostrando interés por mi estado de salud, se me habló de una carta muy interesante que me invitó a ponerla en mi blog. Le comenté que ya la había publicado pero le mostré mi entusiasmo al recordármela y tener la posibilidad de volver a reflexionar sobre ella.

He leído cosas interesantísimas que me han ayudado no solo a enriquecerme espiritualmente, también a recibir aliento, ante la semejanza que los creyentes de hoy día tienen ,con los que siguieron desde el principio a los discípulos de Jesús. Cambia lo exterior, pero el alma humana siempre es la misma.

En ellos podemos descubrir las mismas pasiones, desórdenes, vicios y apegos que muchas veces sentían ante la fe descubierta, y podemos gozarnos en la fidelidad, entrega, ardor, alegría y servicio que invadieron sus vidas. La persecución, la incomprensión y el testimonio, son fácilmente reconocibles en momentos actuales.

La persona que me invitó a tal lectura, acaba haciéndome una pregunta: “¿Se nos distingue ahora a los cristianos por el modo de vivir?" …

La historia nos demuestra sus vaivenes, motivados sin duda por esa lucha interior entre el bien y el mal. Historia en la que desde el principio, el diablo no ha cesado en el intento destructivo de la obra de Dios. Podría compararse a un péndulo, que va y viene. Etapas llenas de fe y de grandes valores morales y vuelta al abandono de las mismas. ¡Esta es nuestra debilidad humana! Nos cansamos de la rutina, y ésta se instala en nosotros cuando nos olvidamos del servicio y el amor a los demás, el verdadero fruto del conocimiento de Dios y nuestra entrega a Él.

Pero la Iglesia está viva, y nunca ha dejado de ser la luz para los hombres. De ella recibimos el vigor, la alegría y el testimonio para seguir el camino marcado por Nuestro Señor. Muchas veces nos quedamos en nimiedades. ¡Debe admirarnos, y confortarnos que sea la única institución que se mantiene en pie desde su fundación hace 2015 años!Que prueba más contundente de que está sostenida y guiada por el mismo Jesús.

Los frutos de santidad emergen a lo largo de los siglos. Quienes se quedan con la debilidad humana para atacarla, desconocen la sobrenaturalidad de la misma, donde el diablo se asienta de forma violenta y escondida para confundir, engañar y destruir a quien a ella acude.

¿Y de qué carta se me habló? Pues una muy antigua que seguramente muchos conoceréis  Un tratado apologético dirigido a un tal Diogneto, que al parecer, había preguntado acerca de algunas cosas que le llamaban la atención sobre las creencias y modo de vida de los cristianos: “¿Cuál es ese Dios en el que tanto confían?; ¿cuál es esa religión que les lleva a todos ellos a desdeñar al mundo y a despreciar la muerte, sin que admitan, por una parte, los dioses de los griegos, ni guarden, por otra, las supersticiones de los judíos?;¿ cuál es ese amor que se tienen unos a otros, y por qué esta nueva raza o modo de vida apareció ahora y no antes?”

El desconocido autor de este tratado, compuesto seguramente a finales del siglo II, va respondiendo a estas cuestiones en un tono más de exhortación espiritual y de instrucción que de polémica o argumentación. Literariamente es, sin duda, la obra más bella y mejor compuesta de la literatura apologética: sus formulaciones acerca de la postura de los cristianos en el mundo o del sentido de la salvación ofrecida por Cristo son de una justeza y una penetración admirables.

Os invito a saborearla, no os defraudará (enlace aquí

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2 comentarios

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