Monedas que duelen
Leyendo el mensaje del papa Francisco para una Cuaresma, me detuve en una frase que ha servido para muchos titulares en páginas web: “Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele”. Una afirmación que interpela fuertemente a la conciencia y que merece ser meditada.
Al repasarla me dije: “Esta frase me suena”. Mi cerebro tardó un poco en localizar el archivo donde se hallaba la semejanza. ¡Eureka! Madre Teresa de Calcuta hablando del amor nos dejó una hermosísima recomendación: “Hay que dar hasta que duela”.
¿Cuál es la marca del cristiano? Nadie dudaría en la respuesta. Todos lo tenemos muy claro: ¡La Cruz! Pero algunos se quedan en el recordatorio del madero donde Jesús murió. El mensaje de la Cruz es el del amor, el amor supremo. Amar para el que sigue a Cristo conlleva no sólo mirar y coger la cruz por donde entran los clavos sino también por donde salen, entonces es cuando se puede decir: “Duele”. Todos los que día a día lo intentamos sabemos que es verdad.
Pero la reflexión de hoy ha sido motivada por la experiencia personal, donde las palabras del papa encajaron. Me asombra cada vez más lo poco generosos que somos en nuestra limosna semanal, en la colecta de la misa. Hablando en general, siempre se corre el riesgo de meter a todos en el mismo saco. Como suele decir el papa Francisco con gran acierto: “Hago la pregunta, que cada uno se conteste en silencio”. "¿Cómo es mi limosna?"...
A veces me “molesta” la forma en que se deposita en la cesta nuestra aportación. Nos miramos los bolsillos como si nos sorprendiera el instante que se nos pide colaborar al sustento de la parroquia en su lista de gastos. Sacamos la calderilla y la removemos para elegir la moneda que irá a parar al cestillo. Qué queréis que os diga... Que a estas alturas aún pensemos que la calefacción en invierno, el aire acondicionado del verano, las luces encendidas, la limpieza del templo, el gasto de velas, el material para catequesis, el arreglo de las vestiduras y objetos sagrados, las formas y el vino para consagrar, los tiene que pagar el párroco que en la mayoría de los casos ni es mileurista es vivir en los mundos de Yupi.
Pero además de todas esas necesidades la parroquia poniendo en práctica el mensaje evangélico, busca ayudar a los más desamparados, aquellos que lo pasan mal, a los que les falta el sustento para vivir dignamente. Y hay tantos lugares para atender que al final lo destinado para gastos del templo acaba ocupando el último lugar. Y me consta que en muchos casos es el propio párroco quien recurre a su pequeña nómina para acudir en su ayuda.
Me entristeció cuando un domingo, el sacerdote ofreció las cifras de una colecta dominical para socorrer una situación de emergencia familiar en un barrio entero de familias pobres. Todos sabemos los estragos que esta crisis económica está haciendo en las personas, conociendo un estado de miseria impensable hace años. Pues bien, lo recogido durante toda la semana apenas alcanzó los mil euros. ¡Mil euros para varias familias en un barrio entero!
En ocasiones comentamos que no damos dinero a los que piden por la calle porque la picaresca se ha instalado en ellos, que es mejor donarlo a las asociaciones de confianza o en las parroquias, y cuando llega el momento de hacerlo regateamos nuestra donación. Por eso el evangelio de la pobre viuda ofreciendo su limosna en el templo toca fuertemente nuestras conciencias. A ella sí le dolió la limosna porque entregó lo que también necesitaba.
No es la primera vez, ni creo que sea la última, que escribo sobre este asunto, pero es que me quema por dentro cuando en la puerta de la iglesia a la salida de misa ya se está organizando ir al bar a tomar unas tapas y una buena cerveza sin importarnos lo que vamos a gastar.
Cuántas veces mi donativo se ha convertido en una obligación en lugar de un acto de caridad. Últimamente he encontrado un recurso útil, un mini examen que dura segundos, pero suficiente para recordar los últimos gastos superfluos que he tenido. Me he gastado X euros en una revista, he ido al cine y lo he acompañado de palomitas y refresco, he tomado un par de cervezas con amigos a los que además he invitado, no me he resistido al café de la mañana con una pastita para acompañarlo..., la lista es fácil de ampliar.
Os propongo que durante un par de días nos concentremos en todo lo innecesario de la jornada y cuando se nos invite a participar en la colecta dominical pensemos en ello. Llegado el momento de disponer nuestra aportación podría resonar en nosotros las palabras del papa: "Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele”. Y aquellas otras de Madre Teresa: "Hay que dar hasta que duela".
Quiero acabar con una historia que me enviaron por Whasapp que “viene al pelo” a mi Reflexión.
Cuentan que un día se mueren todos los billetes y se van al cielo. San Pedro los recibe y piden permiso para entrar, pero les dice que ninguno de ellos puede hacerlo.
- ¡No fastidies! Pero ¿cómo que no? -dice el de 500 €-Yo soy poderoso y tengo las puertas abiertas pues en todas partes me quieren. Igual yo -dice el de 100 €- Todos me quieren tener, ¿por qué no podemos entrar? Y yo -dice el de 20 €.
- No insistan -dice San Pedro, -no pueden entrar al cielo, mmmm.... tal vez el de 5 € pueda hacerlo….
En eso se oye un raro ruido, son todas las moneditas de 10, 20 y 50 céntimos que también habían muerto...
- Pasen, pasen -les dice San Pedro- Las puertas del cielo están abiertas para ustedes.
Los billetes se ponen muy enojados y reclaman, - ¿por qué razón ellas que valen menos sí y nosotros no?
San Pedro les responde:
¡¡¡ Porque ellas sí van a Misa los domingos!!
Ahí queda, que cada cual saque sus conclusiones
Al repasarla me dije: “Esta frase me suena”. Mi cerebro tardó un poco en localizar el archivo donde se hallaba la semejanza. ¡Eureka! Madre Teresa de Calcuta hablando del amor nos dejó una hermosísima recomendación: “Hay que dar hasta que duela”.
¿Cuál es la marca del cristiano? Nadie dudaría en la respuesta. Todos lo tenemos muy claro: ¡La Cruz! Pero algunos se quedan en el recordatorio del madero donde Jesús murió. El mensaje de la Cruz es el del amor, el amor supremo. Amar para el que sigue a Cristo conlleva no sólo mirar y coger la cruz por donde entran los clavos sino también por donde salen, entonces es cuando se puede decir: “Duele”. Todos los que día a día lo intentamos sabemos que es verdad.
Pero la reflexión de hoy ha sido motivada por la experiencia personal, donde las palabras del papa encajaron. Me asombra cada vez más lo poco generosos que somos en nuestra limosna semanal, en la colecta de la misa. Hablando en general, siempre se corre el riesgo de meter a todos en el mismo saco. Como suele decir el papa Francisco con gran acierto: “Hago la pregunta, que cada uno se conteste en silencio”. "¿Cómo es mi limosna?"...
A veces me “molesta” la forma en que se deposita en la cesta nuestra aportación. Nos miramos los bolsillos como si nos sorprendiera el instante que se nos pide colaborar al sustento de la parroquia en su lista de gastos. Sacamos la calderilla y la removemos para elegir la moneda que irá a parar al cestillo. Qué queréis que os diga... Que a estas alturas aún pensemos que la calefacción en invierno, el aire acondicionado del verano, las luces encendidas, la limpieza del templo, el gasto de velas, el material para catequesis, el arreglo de las vestiduras y objetos sagrados, las formas y el vino para consagrar, los tiene que pagar el párroco que en la mayoría de los casos ni es mileurista es vivir en los mundos de Yupi.
Pero además de todas esas necesidades la parroquia poniendo en práctica el mensaje evangélico, busca ayudar a los más desamparados, aquellos que lo pasan mal, a los que les falta el sustento para vivir dignamente. Y hay tantos lugares para atender que al final lo destinado para gastos del templo acaba ocupando el último lugar. Y me consta que en muchos casos es el propio párroco quien recurre a su pequeña nómina para acudir en su ayuda.
Me entristeció cuando un domingo, el sacerdote ofreció las cifras de una colecta dominical para socorrer una situación de emergencia familiar en un barrio entero de familias pobres. Todos sabemos los estragos que esta crisis económica está haciendo en las personas, conociendo un estado de miseria impensable hace años. Pues bien, lo recogido durante toda la semana apenas alcanzó los mil euros. ¡Mil euros para varias familias en un barrio entero!
En ocasiones comentamos que no damos dinero a los que piden por la calle porque la picaresca se ha instalado en ellos, que es mejor donarlo a las asociaciones de confianza o en las parroquias, y cuando llega el momento de hacerlo regateamos nuestra donación. Por eso el evangelio de la pobre viuda ofreciendo su limosna en el templo toca fuertemente nuestras conciencias. A ella sí le dolió la limosna porque entregó lo que también necesitaba.
No es la primera vez, ni creo que sea la última, que escribo sobre este asunto, pero es que me quema por dentro cuando en la puerta de la iglesia a la salida de misa ya se está organizando ir al bar a tomar unas tapas y una buena cerveza sin importarnos lo que vamos a gastar.
Cuántas veces mi donativo se ha convertido en una obligación en lugar de un acto de caridad. Últimamente he encontrado un recurso útil, un mini examen que dura segundos, pero suficiente para recordar los últimos gastos superfluos que he tenido. Me he gastado X euros en una revista, he ido al cine y lo he acompañado de palomitas y refresco, he tomado un par de cervezas con amigos a los que además he invitado, no me he resistido al café de la mañana con una pastita para acompañarlo..., la lista es fácil de ampliar.
Os propongo que durante un par de días nos concentremos en todo lo innecesario de la jornada y cuando se nos invite a participar en la colecta dominical pensemos en ello. Llegado el momento de disponer nuestra aportación podría resonar en nosotros las palabras del papa: "Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele”. Y aquellas otras de Madre Teresa: "Hay que dar hasta que duela".
Quiero acabar con una historia que me enviaron por Whasapp que “viene al pelo” a mi Reflexión.
Cuentan que un día se mueren todos los billetes y se van al cielo. San Pedro los recibe y piden permiso para entrar, pero les dice que ninguno de ellos puede hacerlo.
- ¡No fastidies! Pero ¿cómo que no? -dice el de 500 €-Yo soy poderoso y tengo las puertas abiertas pues en todas partes me quieren. Igual yo -dice el de 100 €- Todos me quieren tener, ¿por qué no podemos entrar? Y yo -dice el de 20 €.
- No insistan -dice San Pedro, -no pueden entrar al cielo, mmmm.... tal vez el de 5 € pueda hacerlo….
En eso se oye un raro ruido, son todas las moneditas de 10, 20 y 50 céntimos que también habían muerto...
- Pasen, pasen -les dice San Pedro- Las puertas del cielo están abiertas para ustedes.
Los billetes se ponen muy enojados y reclaman, - ¿por qué razón ellas que valen menos sí y nosotros no?
San Pedro les responde:
¡¡¡ Porque ellas sí van a Misa los domingos!!
Ahí queda, que cada cual saque sus conclusiones
22 comentarios
algunas veces he pasado el cestillo, podría hacer un libro de varias páginas con las cosas que hace la gente para dar o no dar limosna, de novela. Un abrazo.
ResponderEliminarJa ja Ramón, también yo he vivido eso que intuyo has visto. Un abrazo
EliminarUn buen toque a la conciencia amigo!
ResponderEliminarComparto tu reflexion, me has removido interiormente.
Gracias por tantos toquecitos que das a mi corazon!
Un fuerte abrazo!
Como digo al principio del post. Todo es experiencia personal, por lo tanto también yo recibí un buen toque con las palabras del papa. Un beso
EliminarComo un espejo es tu entrada hoy para mi....me has sacado hasta los colores...gracias por remover mi conciencia.
ResponderEliminarUn cariñoso saludo.
A mi me ayuda meditar el pasaje del óbolo de la viuda. Es que es impresionante, porque el evangelista insiste en que ella, ofreció lo que le era necesario para subsistir. Imagina las lágrimas que le debió costar, aún así el amor fue más grande y estoy convencido de que en vida ya recibió su recompensa. Un beso
EliminarGracias, amigo mío, gracias.
ResponderEliminarGracias a ti por estar siempre. Un beso
EliminarMe encanto tu post Angelo,mil gracias.
ResponderEliminarBendiciones.
Pues me alegro. Pido también para tí numerosas bendiciones. Graciaas por tus palabras. Un abrazo
EliminarTienes razón, en todo.
ResponderEliminarYo todavía estoy en la fase de tratar de amar hasta que deje de doler, hasta que emplear mi tiempo, mis bienes, mi atención... no me supongan un quebranto. Ya ves, siempre con el pie cambiado y ni siquiera con buen tino.
Querido Rafa, muchos tendrían que tener una breve charla con su párroco o algún sacerdote conocido, y que les explique los malabarismos que tienen que hacer para afrontar gastos... y siempre me asombra la fe y esperanza en que todo se arreglará y llegará. Tendría que ser como una visita guiada. Dando explicaciones . Cuando has vivido esta experiencia, te sorprendes de la ignorancia que se apodera de tí. Un abrazo
EliminarCada vez que me desprendo pienso que eso no me pertenece....y hacerlo a menudoi me ayuda, pues aunque no deja de ser una Gracia....cuanto más lo hago menos duele y más gozo siento....es fruto de la Gracia??
ResponderEliminar¡La Gracia... hace cosas impensables para las mentes de este mundo! Un abrazo Gosspi
EliminarMe he sentido aludida en esta entrada porque para ser sincera mis limosnas no me duelen y esto me ha hecho pensar........
ResponderEliminar¡ Dios mío ayúdame a ser generosa por favor ! Deseo que esas limosnas me duelan. Saludos
Creo que todos tenemos que hacer examen de conciencia y todos tendríamos que pasar por una experiencia aunque sea temporal, de lo que supone estar esperando la ayuda y el alivio de la generosidad de los demás. Un beso Charo
EliminarQué razón tienes! La limosna es un gesto de caridad, es decir, de amor al hermano. Y hay que amar hasta que duela porque si duele es, en palabras de Madre Teresa, buena señal.
ResponderEliminarAhora, luchemos por ponerlo en práctica.
Hace años estuve con mi hija en una Ronald Mc Donald House, por un tratamiento médico. Venían voluntarios y nos traían comida, café, o simplemente se sentaban a charlar. Fue una experiencia increíble estar 'en el otro lado', recibiendo caridad de gente muy generosa con su tiempo y con sus bienes. Incluso entre los padres nos ayudábamos entre nosotros, compartíamos lo que teníamos en la nevera o en la despensa o ayudábamos a alegrar la vida de otros niños. En fin, Ángel, creo que tienes razón. Pasar por esa experiencia te marca y es interesante, porque habitualmente estamos muy encerrados en nosotros mismos y nos cuesta entregarnos.
Un abrazo fuerte!
En realidad la Madre Teresa aún pedía más. La frase completa es "Dar hasta que duela y cuando duela dar todavía más.". Gracias por la anécdota tan bella. Un abrazo
EliminarCuanta razón tienes. Cuantas veces nos pilla por sorpresa o postergamos o creemos que ya hemos cumplido con poco.
ResponderEliminarDebe ser una prioridad darnos cuanta de las necesidades de los otros y compartir hasta que se haga un modo de ser porque eso es ser cristiano.
Gracias por esta entrada que nos llama a hacer examen de conciencia.
Querida Fran. La rutina a veces consigue que nos olvidemos de lo importante. Un fuerte abrazo
EliminarGracias Ángel, tenemos que plantearnos tantas cosas...
ResponderEliminar¡Feliz fin de semana! Deseo que tu salud vaya a mejor.
Un abrazo.
Gracias Marian. Sí claro que sí, pero todas con esperanza, alegría y fe. Un beso
EliminarTe invito a dejar tu opinión .Sepamos ofrecer lo mejor de nosotros. Bienvenida la crítica, acompañada siempre de la cortesía.