Están jugando
Por todos es sabido que en los centros educativos se producen constantemente actos que pueden considerarse violentos: insultos, empujones, golpes, etc. Es cierto que también hay otras formas de violencia no tan evidentes como son por ejemplo, la indiferencia, la mentira o el robo.
Y es que estas muchas formas de comportamiento se han convertido en tan habituales y cotidianas que forman parte de la vida de cualquier alumno, se puede incluso decir que son algo natural de cada día en el instituto.
Estos comportamientos se han rutinizado hasta tal punto que los alumnos ni entienden ni admiten como válida una forma de contacto entre ellos distinta a la agresión física o verbal, o las dos a la vez. Cuando intentas restablecer el orden alterado por estos comportamientos “disruptivos”, como ahora dicen que los llamemos, la actitud por parte del “agresor” y de la “victima” es reprocharte de mala forma que “están jugando”, queriéndote dar a entender de esta manera que has interrumpido su juego, que en edad adulta, en alguna de esas ocasiones, se podría considerar o un delito, o tal vez, un gesto de los tipificados como “violencia de género”.
Pues bien, tras preguntar en varios grupos, donde se han producido hechos de este tipo, por las causas que les lleva a entrar en contacto entre ellos de forma “no correcta”, como son con agresiones físicas o verbales, la respuesta por parte del alumnado puede decirse que es unánime: “no son formas de agresión como las vemos los adultos, sino que son la forma NORMAL de relacionarse entre ellos”, y claro, un agarrón del brazo, un tirón de pelos, un tortazo, un empujón o llamarse con una “palabrota”, son sólo agresión para ellos cuando se producen en circunstancias de enfrentamiento y desafío entre ellos, es decir, cuando son en una pelea, pero si es, dicen los alumnos, “por los pasillos o en clase, es simplemente jugando y es normal porque todos lo hacen”.
He podido reflexionar sobre todo esto durante mucho tiempo y son muchas las conclusiones a las que llego, pero me voy a detener sólo en tres de ellas.
Primero: las formas de contacto “no correctas” son consideradas NORMALES por los alumnos y no solo. ¿Cómo han llegado a entender y categorizar de “normal” la agresión, sea del tipo que sea? Tal vez podemos encontrar la respuesta en los entornos, reales o virtuales, con los que los alumnos están en contacto diariamente, en ellos vemos que la violencia es “algo más”, que a veces tiene demasiado “protagonismo”. Un ejemplo de ello lo vemos en el final de muchas películas, donde el héroe “aniquila” hasta el extremo al enemigo como “justa recompensa” por sus maldades. Parece que hemos hecho de nuestros entornos “campos de batalla” donde todo se resuelve a través de enfrentamientos violentos donde todos estamos contra todos.
Una segunda reflexión que quiero expresar es que estas formas de contacto son, además, normales porque TODO EL MUNDO LO HACE. Creo que el principio sobre el que se fundamenta esta afirmación es el de que “si no puedes vencer a tu enemigo, lo mejor es unirse a él”. Siempre he pensado, he creído y he tratado de vivir pensando que las diferencias la marcan las personas, y me entristece mucho darme cuenta de que a los alumnos no les preocupa diferenciarse de los demás por tener una personalidad distinta de las de los otros, llena de experiencias bonitas, vividas y disfrutadas desde el corazón. Todo lo contrario, para distinguirse de los demás buscan el “look” más “in” para ser los primeros en ir a la moda, como si ésta les diera personalidad, como si de un “disfraz” se tratara para ser uno más, y no ser uno mismo.
La tercera reflexión parte de la siguiente pregunta: ¿qué hacemos los adultos frente a esta violencia que viven nuestros jóvenes? Como única respuesta que brota en mi cabeza vienen las palabras que leí hace mucho tiempo en el libro “la ciudad de la Alegría” de Dominique Lapierre, y que decían que ante las dificultades el hombre podía elegir actuar de una de las tres formas siguientes: 1. “ser un simple espectador” que se limita a ver lo que está sucediendo; 2. “darse la vuelta y huir”, o sea, me marcho porque esto no va conmigo, y 3. “remangarse e implicarse en superar la dificultad”, o lo que es lo mismo, tomar parte activa en la situación pero siempre para resolverla, que sin duda es ahí donde está la necesidad que tienen nuestros alumnos, o sea, necesitan de gente que se involucre con ellos para enseñarles lo que es NORMAL y propio del ser humano, y que cada ser humano es único e IRREPTIBLE, y que es aquí donde radica nuestra grandeza y nuestra dignidad, que nada ni nadie nos puede quitar por mucho que se empeñe en ello, y que solamente YO puedo y elijo perder cuando con mi comportamiento me reduzco a la “condición animal”, imitando lo que hacen los demás y haciéndolo porque lo hacen los demás sin mas razonamiento. Actitudes que para nada dejan abierta una posibilidad a crecer con unos valores y una personalidad propia, para madurar y desarrollarse como persona que contribuye a construir un mundo mejor y distinto, objetivo supremo de toda acción educativa.
Cecilio Ruiz de la Hermosa Sánchez, “Un grano no hace el granero pero ayuda”. Ciudad Real, 2009
Y es que estas muchas formas de comportamiento se han convertido en tan habituales y cotidianas que forman parte de la vida de cualquier alumno, se puede incluso decir que son algo natural de cada día en el instituto.
Estos comportamientos se han rutinizado hasta tal punto que los alumnos ni entienden ni admiten como válida una forma de contacto entre ellos distinta a la agresión física o verbal, o las dos a la vez. Cuando intentas restablecer el orden alterado por estos comportamientos “disruptivos”, como ahora dicen que los llamemos, la actitud por parte del “agresor” y de la “victima” es reprocharte de mala forma que “están jugando”, queriéndote dar a entender de esta manera que has interrumpido su juego, que en edad adulta, en alguna de esas ocasiones, se podría considerar o un delito, o tal vez, un gesto de los tipificados como “violencia de género”.
Pues bien, tras preguntar en varios grupos, donde se han producido hechos de este tipo, por las causas que les lleva a entrar en contacto entre ellos de forma “no correcta”, como son con agresiones físicas o verbales, la respuesta por parte del alumnado puede decirse que es unánime: “no son formas de agresión como las vemos los adultos, sino que son la forma NORMAL de relacionarse entre ellos”, y claro, un agarrón del brazo, un tirón de pelos, un tortazo, un empujón o llamarse con una “palabrota”, son sólo agresión para ellos cuando se producen en circunstancias de enfrentamiento y desafío entre ellos, es decir, cuando son en una pelea, pero si es, dicen los alumnos, “por los pasillos o en clase, es simplemente jugando y es normal porque todos lo hacen”.
He podido reflexionar sobre todo esto durante mucho tiempo y son muchas las conclusiones a las que llego, pero me voy a detener sólo en tres de ellas.
Primero: las formas de contacto “no correctas” son consideradas NORMALES por los alumnos y no solo. ¿Cómo han llegado a entender y categorizar de “normal” la agresión, sea del tipo que sea? Tal vez podemos encontrar la respuesta en los entornos, reales o virtuales, con los que los alumnos están en contacto diariamente, en ellos vemos que la violencia es “algo más”, que a veces tiene demasiado “protagonismo”. Un ejemplo de ello lo vemos en el final de muchas películas, donde el héroe “aniquila” hasta el extremo al enemigo como “justa recompensa” por sus maldades. Parece que hemos hecho de nuestros entornos “campos de batalla” donde todo se resuelve a través de enfrentamientos violentos donde todos estamos contra todos.
Una segunda reflexión que quiero expresar es que estas formas de contacto son, además, normales porque TODO EL MUNDO LO HACE. Creo que el principio sobre el que se fundamenta esta afirmación es el de que “si no puedes vencer a tu enemigo, lo mejor es unirse a él”. Siempre he pensado, he creído y he tratado de vivir pensando que las diferencias la marcan las personas, y me entristece mucho darme cuenta de que a los alumnos no les preocupa diferenciarse de los demás por tener una personalidad distinta de las de los otros, llena de experiencias bonitas, vividas y disfrutadas desde el corazón. Todo lo contrario, para distinguirse de los demás buscan el “look” más “in” para ser los primeros en ir a la moda, como si ésta les diera personalidad, como si de un “disfraz” se tratara para ser uno más, y no ser uno mismo.
La tercera reflexión parte de la siguiente pregunta: ¿qué hacemos los adultos frente a esta violencia que viven nuestros jóvenes? Como única respuesta que brota en mi cabeza vienen las palabras que leí hace mucho tiempo en el libro “la ciudad de la Alegría” de Dominique Lapierre, y que decían que ante las dificultades el hombre podía elegir actuar de una de las tres formas siguientes: 1. “ser un simple espectador” que se limita a ver lo que está sucediendo; 2. “darse la vuelta y huir”, o sea, me marcho porque esto no va conmigo, y 3. “remangarse e implicarse en superar la dificultad”, o lo que es lo mismo, tomar parte activa en la situación pero siempre para resolverla, que sin duda es ahí donde está la necesidad que tienen nuestros alumnos, o sea, necesitan de gente que se involucre con ellos para enseñarles lo que es NORMAL y propio del ser humano, y que cada ser humano es único e IRREPTIBLE, y que es aquí donde radica nuestra grandeza y nuestra dignidad, que nada ni nadie nos puede quitar por mucho que se empeñe en ello, y que solamente YO puedo y elijo perder cuando con mi comportamiento me reduzco a la “condición animal”, imitando lo que hacen los demás y haciéndolo porque lo hacen los demás sin mas razonamiento. Actitudes que para nada dejan abierta una posibilidad a crecer con unos valores y una personalidad propia, para madurar y desarrollarse como persona que contribuye a construir un mundo mejor y distinto, objetivo supremo de toda acción educativa.
Cecilio Ruiz de la Hermosa Sánchez, “Un grano no hace el granero pero ayuda”. Ciudad Real, 2009
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