La Generosidad
La generosidad no es más que un sinónimo de una forma de caridad, de auténtico amor al próximo. La generosidad nos permite dar a los demás lo que tenemos y ellos necesitan, o bien buscarlo, conseguirlo y entregárselo, directamente o también por medio de terceros.
Es bueno tocar el tema de la generosidad, para recordarnos su esencia y su valor; dar esas cosas a otros que las necesitan: dinero, alimentos, medicinas, ropa, albergue, conocimiento... pero sobre todo nuestro afecto y muy especialmente nuestro tiempo.
Pero hay también una especie de generosidad al revés, que es la de saber recibir algo de otros. Muchas veces no dejamos a los demás que se ocupen de nosotros o de nuestras necesidades, les impedimos ser generosos.
¿Por qué eso? Por diversas razones, unas equivocadas y otras malas. La mala principal es por soberbia: no queremos reconocer ante el otro que necesitamos algo, cosas materiales, amor, amistad simple; pero en general se trata de cubrir alguna necesidad que por el momento no podemos satisfacer.
Las otras razones incluyen una bondad malentendida, que no permite tampoco al otro darnos algo, porque "...cómo, no, pues no..." Al actuar así, pensamos que le estamos quitando al otro su dinero, sus cosas o su tiempo, y le impedimos ser generosos con nosotros; grave error. En síntesis: no nos dejamos ayudar. Vemos la oferta de ayuda ajena, la mano extendida, como una forma de "quitarle" sus cosas, su dinero, su tiempo, su apoyo.
Curiosamente, a veces los demás, los seres que nos quieren, que nos aprecian, vislumbran necesidades nuestras que nos pasan desapercibidas, y cuando nos ofrecen generosamente ayudarnos, la misma sorpresa nos hace rechazar esa ayuda. Aceptémosla, tiene sentido y podremos reconocerlo.
Nos parece bien dar a otros y que lo acepten, sea para sentirnos bien —soberbia—, o por auténtica y desinteresada generosidad (léase caridad cristiana). Pero debemos también ser lo suficientemente generosos para permitir a los demás serlo con nosotros, dejarnos ayudar o acompañar sin falsos orgullos o malentendidos, pensar que si alguien nos ofrece, nos da algo es como que se lo estamos quitando, y que no se vale así.
"Dad y se os dará", nos dice el Evangelio, y ello incluye el dar al otro la oportunidad de ser generoso con nosotros, no negarle su buena intención, su generosidad, su cristiana caridad en el más amplio sentido, la responsabilidad que siente familiar o socialmente.
No dejemos que la soberbia, el orgullo, o la distorsión del concepto generosidad se interponga entre nosotros y quienes quieren, con la mejor intención del mundo, la caridad, ayudarnos en alguna necesidad nuestra. Cambiemos el "no gracias, a ti te hace falta, no puedo aceptarlo..." y otras versiones de lo mismo, por "sí, gracias, te lo agradezco mucho, que Dios te dé más".
La generosidad de dar, lleva de la mano la generosidad de recibir, de aceptar la ayuda de otros, en la forma que sea.
Salvador Reding Vidaña
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