Creyentes en teoría, despistados en la práctica

Ciudad tras lluvia al amanecer con un hombre caminando, reflejos en asfalto y calma inicial de la jornada.

Cuando la fe baja a la calle, se nota en los gestos pequeños.

El arranque: cuando la fe se queda en el felpudo

Hay domingos en que uno sale de misa o de una oración sintiendo que todo encaja. Prometes ser más paciente, más amable, más confiado. Y lo cumples… hasta el martes. Porque el martes llega el tráfico, el jefe con prisa, el amigo que llama justo cuando querías silencio. Y aquella paz interior que parecía firme empieza a desinflarse con el primer claxon, la factura inesperada o el correo que rompe la calma.

Yo también caigo. Rezo pidiendo paciencia y pierdo los nervios con la impresora. Digo que confío en Dios y, al minuto, empiezo a trazar un plan B por si Él se retrasa. Hablo de perdón y sigo repasando mentalmente la lista de agravios. Si la coherencia tuviera un espejo, más de uno nos veríamos reflejados con cara de “hoy tampoco ha salido como pensaba”.

A veces me río al pensar que mi fe es como esos paraguas que uno lleva “por si acaso”: lo saco solo cuando amenaza tormenta, pero luego me molesta llevarlo en la mano. O lo pierdo justo el día que más llueve. Así somos: rezamos con fervor cuando el cielo truena y, en cuanto sale el sol, nos creemos meteorólogos del alma.

La teoría es preciosa, la práctica… tiene tráfico

La fe, sobre el papel, nos queda impecable. Hablamos de amor al prójimo, pero el prójimo nos frunce el ceño en la panadería y ya se nos nubla el alma. Prometemos no juzgar, y al ver las noticias hacemos un máster exprés en crítica moral. Decimos “todo lo dejo en tus manos, Señor”, y dos minutos después tratamos de supervisar cómo lo gestiona.

Nos pasa también con los propósitos buenos: decidimos ayudar más, y al primer “no tengo tiempo” se evapora la intención; decimos que seremos más generosos, y nos entra una alergia repentina a las transferencias solidarias; juramos apagar el móvil para escuchar al otro… pero claro, suena la notificación y ahí se acaba el voto de silencio.

Mesa sencilla con café, libreta abierta y móvil boca abajo bajo luz de mañana.

No es hipocresía; es cansancio, prisa, humanidad. La coherencia no se rompe por grandes pecados, sino por los pequeños deslices del día a día: la impaciencia, el orgullo, la necesidad de tener la última palabra.

A veces pienso que, si nuestra fe tuviera batería, viviríamos con el 12 %… y sin cargador a la vista.

El entrenamiento invisible

Ser coherente no es volverse perfecto; es aprender a reaccionar distinto. Empezar de nuevo sin dramatismos. Cumplir lo que prometemos, aunque nadie mire. Decir menos “te lo ofrezco, Señor” y practicar más el “voy a hacerlo lo mejor que pueda”.

La coherencia se entrena en lo pequeño: en la palabra que mantenemos, en la que callamos, en el gesto amable que damos sin testigos. No hace ruido, pero cambia el ambiente como una vela encendida en un cuarto oscuro.

Y cuando no sale —porque no sale—, basta con reírnos un poco y volver a empezar. Dios no colecciona fallos, colecciona regresos.

Quizá por eso la incoherencia no es tanto un problema moral como una llamada de atención cariñosa. Nos recuerda que aún no somos lo que decimos, pero que tampoco hemos dejado de intentarlo. Es ese pequeño pellizco en el alma que, bien mirado, es pura gracia: un recordatorio de que todavía queremos ser mejores.

Una sociedad que tampoco se aclara

La incoherencia no es patrimonio exclusivo de los creyentes. Vivimos en un mundo que habla de respeto, pero no escucha; que pide libertad, pero señala al distinto; que defiende la verdad, pero la ajusta según convenga.

Entre tanto ruido, mantener la fe sin disociarla de la vida es casi un acto de resistencia. Y, sin embargo, es justo lo que más necesitamos: una fe que no se guarde para las citas solemnes, sino que se note en cómo conducimos, cómo hablamos y cómo tratamos a quien nos irrita.

Dios sigue creyendo

En medio de nuestras contradicciones, hay algo que nunca cambia: Dios sigue creyendo en nosotros. No exige coherencia de laboratorio, solo sinceridad para intentarlo de nuevo. Él conoce nuestros atascos interiores y no se escandaliza. Sabe que el camino de la fe está lleno de tropiezos y cafés recalentados.

Cada vez que elegimos amar, aunque sea a medias, el cielo aplaude en silencio. Cada vez que pedimos perdón o nos contenemos antes de estallar, algo dentro se alinea con la verdad. Y ahí, aunque no se note, la coherencia comienza a florecer.

Hombre de espaldas observando la ciudad iluminada de noche desde un mirador.

A veces imagino a Dios mirándonos con ternura, como un padre que ve a su hijo intentando atarse los cordones y sonriendo al ver cómo lo vuelve a intentar después del tercer nudo. Así es su paciencia: infinita, serena, alegre. No se agota porque fallemos; se alegra porque seguimos intentándolo.

Vivir sin doble fondo

La coherencia no es rigidez, sino libertad. La de vivir sin disfraz, sin miedo a que nos descubran humanos. La fe pierde fuerza cuando se queda en los labios y no pasa al gesto, pero recupera toda su belleza cuando se vuelve acción, aunque sea torpe.

Eso es, en el fondo, lo que este fin de semana hemos celebrado: personas que lo intentaron una y otra vez, que cayeron mil veces y siguieron caminando. Los santos no nacieron coherentes, se fueron puliendo a fuerza de tropezar con amor y levantarse con humildad.

Quizá la santidad empiece ahí: en aceptar que no lo hacemos todo bien, pero no dejar de intentarlo. En vivir con humor, con humildad y con la alegría de saber que Dios no se rinde con nosotros.

Y yo me pregunto:
¿cuántas veces más hablaremos de amor sin dejar que se note en cómo miramos, escuchamos o perdonamos?

Dave Bolaño recuerda que empezar de nuevo también es coherencia.

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6 comentarios

  1. Largo me lo fias!!!!! El martes ?,salir el domingo de Misa e impacientarse con el marido ,con el q se te cruza en el coche o en la cola de la panadería jjj ,no llego al martes!!! Mantener la "paciencia En casa " esa es la penitencia !!!!

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    1. ¡Hola, María!
      Qué alegría encontrar tu comentario y poder darte la bienvenida a este rincón. Gracias por haberte tomado el tiempo de dejar tus palabras y compartir un poquito de ti. No estoy seguro de si ya nos conocíamos por otro nombre, pero en cualquier caso, me alegra mucho tenerte aquí. Espero que sigas pasándote a menudo; siempre es bonito descubrir nuevas voces que se suman a la conversación.

      Un abrazo y gracias de corazón por tu visita.

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  2. Tan real!!! Justamente hoy en misa, a la séptima vez que me distraje, volvì a decirle: ay, si que me tienes paciencia!! Pero bueno, de eso se trata, de regresos!!! Me encantò esa frase.
    Y este posteo me hizo acordar mucho a la pasion de las paciencias de Madeleine Delbrél.
    Un abrazo, Angel!

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    1. ¡Flavia! Qué alegría verte de nuevo por aquí.
      Gracias por tu comentario y por traer a Madeleine Delbrêl, una mujer de profunda espiritualidad, que supo vivir la fe en lo sencillo y transformar lo cotidiano en lugar de encuentro con Dios.
      Me alegra mucho volver a leerte, amiga.Un fuerte abrazo

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  3. Qué alegría y paz me proporciona leer tus reflexiones, estimado Ángel.
    Participar en tu blog con pequeñas intervenciones, mostrar algo de opinión, gracias por todo y aparecer en tu blog tan lleno de sabiduría.

    “Dios está en todas las cosas” o la sospecha sistemática de ver siempre lo torcido en los demás. Dios todo lo ha hecho bueno y en todas las cosas habita sin reducirse a ellas; el buen espíritu y el mal espíritu combaten en el corazón humano.

    Caer en la ingenuidad es olvidar que el bien proviene de Dios: del encuentro auténtico con él y del amor con que nos lleva a relacionarnos. San Agustín decía: “Ama y haz lo que quieras”. No porque todo esté permitido, sino porque sólo bebiendo de la fuente del amor mis frutos serán buenos; sólo discerniendo continuamente si mis acciones nacen de esa fuente evitaré autoengaños.

    Cuando Jesús respondió: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo Dios» (Lc 18:19), quizá quiso advertir que los seres humanos no somos pura bondad. ¿Debemos entonces sospechar sistemáticamente de los demás? recuerda que el deber es “salvar la proposición del prójimo” (E.E. 22), sin suplantar su discernimiento ni someterlo a constante juicio. No sea que, por arrancar cizaña, arranquemos también el trigo (Mt 13, 24-52), o que, por sacar la mota del ojo ajeno, enterremos más la viga propia (Mt 7:3-5).

    Un abrazo, Ángel sigue escribiendo en tu blog, reflexiones para recapacitar.

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    1. Querida Toñi:
      Siempre me alegra leerte. Valoro mucho tus comentarios porque realmente logras enriquecernos con ellos. No solo aportas reflexión, sino también esa serenidad que nace de mirar la fe con profundidad y sin prisas.
      Es un regalo contar con personas que, como tú, ayudan a que este espacio siga siendo un lugar de diálogo creyente y de pensamiento compartido.
      Gracias por tu fidelidad y por esa forma tan luminosa de participar.
      Un abrazo agradecido

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